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Aún queda como prendido del viento el gozo de estos días. Queda sobre la piedra de las calles la cera derretida a quien alguien llamó el llanto de los cirios. Quedan los pies heridos de tantas almas buenas, sacrificadas, que ya duermen tranquilas por haber cumplido su promesa de gratitud a la Señora. Aún parece que se recorta en la cal blanca de las paredes la belleza simpar de la Virgen, la sombra bendita de su paso tembloroso, de su paso que arrancaba a los labios la plegaria, a los ojos el sollozo, al corazón la copla y el amor sin medida. Aún quedan prendidos del viento los besitos que los niños le tiraban, con gozo de las madres, de todos; esos besos que Ella, la Virgen, recogía con una sonrisa leve y palpable.
La procesión de la Virgen de la Sierra es hoy, como siempre, una necesidad del pueblo cristiano, una limpia lección de fe viva; y es también toda una lección de catequesis donde ese pueblo incremente su vida cristiana, su fidelidad; donde firma con actitudes rotundas su profesión de fe, su credo católico.
Pero me vais a permitir que esta mañana yo os haga una invitación, tal vez para muchos superflua, pero necesaria acaso para algunos. Es esta: que la Virgen sea para ti y para mí, eso que Ella quiere ser: Nuestra Señora de Todos los Días. Porque sería una pena que la Virgen fuera para alguien solo Nuestra Señora del 8 de septiembre o del 15 de agosto, por citar solo dos ejemplos. Entonces nuestra fe sería ni más ni menos que una superstición, un sentimentalismo, flor de un día o de una semana.
Quiero pensar que no. Que Ella va a ser para todos nosotros NUESTRA SEÑORA DE TODOS LOS DÍAS. De todos los días sin excepción alguna. De los días ardientes, insoportables del estío y de los días fríos, lluviosos del invierno.
Va a ser Nuestra Señora del alba y de la mañana, de la tarde y del anochecer. Nuestra Señora de los días tristes, esos en que nos levantamos por los pies de la cama y en que todas las cosas nos salen mal. Nuestra señora de los días insoportables, de esos en los que alguien queriendo - o sin querer- nos fastidia. Va a ser Nuestra Señora de los días duros cuando el dolor nos prueba y santifica. Nuestra Señora del sol y de la tormenta, de la borrasca y del huracán. Nuestra Señora de la serenidad completa, cuando la vida nos sonríe alegre; cuando solo brotan sonrisas y besos a la orilla de nuestro paso por las sendas nuevas de cada día.
Y Ella va a ser también para ti y para mi, NUESTRA SEÑORA DE TODOS LOS SITIOS. Señora nuestra en el hogar y en la escuela, en el bar y en la oficina, en la playa y en el café. Va a ser Nuestra Señora en el estadio y en la plaza de toros, en el cine, la noche de fiesta, en el trabajo duro de la huerta o sobre el tractor en la besana. Nuestra Señora de Todos los Sitios. De todos sin excepción alguna. Dicen que el rey San Fernando siempre llevaba consigo una pequeña imagen de la Virgen y que jamás emprendía acción alguna de reconquista sin la Señora. Pienso que tú y yo jamás debemos emprender nada serio sin mirar a Ella.
Nuestra Señora de todos los días y de todos los sitios. Nuestra fe mariana, nuestro fervor, no puede ser aroma de una tarde. Ni nuestro amor puede ser breve como el paso de una nube, como la fragancia de una flor abierta en la mañana.
Ella será para nosotros Señora de siempre, cuando nuestros ojos se claven cada día en los suyos, para ver lo que quiere de nosotros. Cuando nuestros pasos sean de cara a los suyos, paralelos a los suyos. Entonces tú y yo sentiremos la caricia del amor y la sonrisa complacida de la Señora, siempre.
Vale la pena, amigos. Y en el fondo esto es amar a la Virgen. A la Virgen de TODOS LOS DÍAS Y TODOS LOS SITIOS. Al fin y al cabo el nuestro tiene que ser, debe ser, amor de hijos. Y este amor, tú lo sabes, no puede tener horas ni reducirse a espacios concretos.
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FOTO: A.R.J.M.
