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Y esta Navidad, que se presenta en una circunstancias que nos hacen verla de manera diferente, ha de hacernos volver a lo genuino de una fecha marcada por la conmemoración del nacimiento de Jesús que nació en un pobre pesebre y que desde su humildad nos mostró una manera distinta de afrontar todas las situaciones de la vida, desde el nacimiento a la muerte.
Y mientras, nosotros comprobamos ante lo que nos están tocando vivir, que todo aquello a lo que nos aferramos (cualidades propias, afectos, dinero, éxitos, celebraciones externas) que nos parecía imprescindible en la vida, puede derrumbarse en cualquier momento. Por eso la Navidad es una oportunidad para descubrir ante nuestro nacimiento, que el niño cuya natividad conmemoramos nos muestra una nueva manera de vivir. Y ese Niño Jesús envuelto en pañales, quiere que nos hagamos parecidos a Dios y ser herederos con él del cielo que ha preparado para todos nosotros, como hemos escuchado en tantas ocasiones sin prestarle, tal vez, mucha atención.
Decía el papa Francisco en su Carta Apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del Belén que «la preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales». Por eso este año tenemos que poner el belén, montar el nacimiento, y admirar aquellos pasajes que nos recuerdan un acontecimiento de tal calado.
Ya sea en nuestras casas, en nuestros ambientes, en los templos, debemos contemplar el belén porque, como también decía el papa «el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a "sentir", a "tocar" la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados».
Hoy más que nunca, en este año tan especial y tan difícil, tenemos también la ocasión de volver a descubrir lo auténtico; aprender a valorar lo que tenemos; prepararnos para las situaciones duras y confiar, desde la esperanza cristiana, en un mundo mejor.
De nuevo las palabras del papa nos llevan a esa importante reflexión: «El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos».
Felicitemos a nuestros seres queridos, celebremos y compartamos esta Nochebuena el acontecimiento que vivimos desde el profundo deseo cristiano y cofrade que llena cada una de las letras que componen el más sencillo y sincero de todos: ¡Feliz Navidad!
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