|
|
|
|
|
No será la única, seguro, puesto que veremos los templos de manera distinta, con las imágenes sagradas en altares o ubicaciones diferentes a las de otros años, donde lo central estará en la celebración, en la contemplación, en el interior de las iglesias y de nosotros mismos. No tendremos manifestaciones de culto u otras actividades cuaresmeras y cofrades externas y tampoco, presumiblemente, veremos imágenes montadas en sus pasos. Es una de las circunstancias que volveremos a vivir en este año de pandemia que nunca habríamos imaginado. ¡Ay! nuestras seguridades...
No es la primera vez, pero si es de las pocas veces que lo hemos podido contemplar así, como cuando es sacada en procesión por sus cofrades en la madrugada de un jueves apenas terminado el Miércoles Santo pero no en el frio mármol de la capilla de la Fundación Termens sino por bajo del otrora presbiterio de los Dominicos ante la grada del jaspe egabrense que lleva al sagrario de la Concepción.
Y no lo vemos en su verticalidad, en esa cruz en la que expira con sus brazos abiertos, colgado en los muros de la capilla de la Vizcondesa deTermens, frente al panteón de la que quiso traerlo y tenerlo en Cabra para dejarlo a la custodia de las Hijas de la Caridad. Ese lugar en el que frente a sus restos y a los de sus padres, lo intangible y eterno contempla un tiempo que parece ya no contar, pues refleja la alteridad celeste en esa paz terrena de los cuerpos muertos o sus cenizas, que yacen inertes esperando la resurrección gozosa. Y en el silencio de la palidez de un marmóreo catafalco, parecen escucharse las ánimas que imploran como en el oficio de difuntos la súplica «que habite en tu casa por días sin término, y goce de tu presencia contemplando tu rostro».
En Santo Domingo, en esta nueva Cuaresma de 2021, el Cristo de la Expiración se nos ha mostrado cercano y vivo, en la quietud de un rezo silente. Y lo hemos contemplado entre el rojo y negro de paños, flores y cirios, en la solemnidad del majestuoso retablo dorado y ante la mirada devota de las Hijas de la Caridad, de la parroquia de Santo Domingo y de sus hermanos que, en estos días celebran su triduo.
El lugar, el tiempo, el espacio, las formas... podrían ser los mismos aunque parecen diferentes. Y nada es tan nuevo como el sentimiento, intangible aunque visible, de lo eterno. Ahí radica la esencia de lo cofrade, el misterio de una nueva Cuaresma y la aceptación esperanzada de lo que está por venir.
Mientras, ante la mirada potente del Cristo de la Expiración, clavado en una cruz y rendido buscando nuestra mirada a ras del suelo, resuena de profundis el eco del salmo
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
|
|
|
|
|
|