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martes, 19 de marzo de 2024 - 10:38 h

Pregón a San Rodrigo, mártir

Asunción y Ángeles y Demonios (IV-V)

La devoción a la Virgen de la Sierra durante el período de la Ilustración (II)

17.05.20 - Escrito por: Antonio Moreno Hurtado

En el verano de 1813, el Ayuntamiento recibía una curiosa carta, con una proposición de rogativa, para que la Virgen intercediera en la finalización de la guerra de la Independencia. Algo que iba a ocurrir el día 30 de octubre, con la capitulación de las tropas francesas en Pamplona.

En el acta capitular del día 1 de octubre de 1813 se reciben noticias de un brote de peste en Gibraltar y se acuerda tomar medidas de prevención. Para ello se organiza una Junta de Sanidad que iba a seguir actuando en los años siguientes.

En 1814 empieza a hablarse de la novena de la Virgen y comienza a figurar su gasto en las cuentas de la cofradía. Años antes, a finales de 1782, el beato fray Diego José de Cádiz había redactado el Acto de Contrición, durante una de sus largas estancias en Cabra.

En el Cabildo del día 1 de septiembre de 1817 se reciben noticias de una epidemia de peste, conocida como la "peste levantina", que está causando muchas víctimas en el norte de África y se acuerda tomar medidas de precaución. En Cabra, los devotos acuden a su Patrona.

El acta capitular del día 5 de septiembre de 1817, hace referencia a la Función principal y Procesión general del día de la Virgen de la Sierra. El hermano mayor quiere que el Ayuntamiento se haga cargo de todos los gastos, porque dice que la cofradía no tiene medios. Se contesta a don Francisco de Paula Ulloa que el Ayuntamiento solamente pagará la Misa cantada y la música de la procesión. Con cierta ironía, se cita la "ardiente devoción a la Virgen de los vecinos de Cabra y de los demás pueblos circunvecinos que vienen en romería a cumplir su promesa, haciendo gratuitamente cuantiosas limosnas en dinero, cera, granos, ganados y otros". Se acuerda que vuelvan a hacerse la función religiosa y la procesión en la ermita. El Ayuntamiento recuerda el patronazgo inmemorial que tiene de la imagen y pide que sea dicha institución pública la que, en adelante, administre los ingresos y limosnas que recibe la Virgen. También se acuerda enviar un escrito al señor Ulloa y al obispo de la diócesis, por si creyera oportuno cambiar al hermano mayor.

En las actas capitulares del mes de julio de 1818 se sigue hablando de las medidas a tomar contra la "peste levantina", que ya cubre todo el norte de África y ha llegado a Tánger. Se acuerda hacer un reconocimiento de las posadas públicas y privadas. Se sabe que, en la ciudad de Cádiz, no se admite la entrada de personas sin pasaporte de identidad y origen. Se recomienda comer alimentos sanos y limpieza y blanqueo de las casas, dentro y fuera.

En 1818 se hicieron seis candelabros lisos ochavados, de plata sobredorada, por Francisco de Paula Martos, platero de Córdoba. Pesaron 287 onzas y 5 adarmes, al precio de 29 reales la onza. Lo que importó 8.675 reales. Además, se hizo una Cruz de altar, con el peso de 65 onzas y 3 adarmes, que importó 1.973 reales.

El acta capitular del día 19 de agosto de 1819 recoge que los Diputados del Común han informado que don Francisco de Paula Ulloa, hermano mayor de la cofradía de la Virgen de la Sierra, ha decidido trasladar la imagen, al día siguiente, a la ermita. El Ayuntamiento reclama su condición de Patrono de la Virgen y denuncia que no se ha contado con él para tomar esta decisión. Se nombra una comisión, compuesta por el regidor don Lorenzo Cuenca Romero y el Diputado del Común don Francisco Linares Caballero, para que visiten al Vicario y le pidan que intervenga ante el Gobernador General del Obispado para que no se traslade la Virgen a su santuario "hasta que pase su día y se le haga la función y procesión general en esta Villa". Se trata de unos momentos de crisis en las relaciones del Ayuntamiento con el hermano mayor de la cofradía. Curiosamente cuando dos de sus hijos, don Francisco y don Juan José Ulloa Aranda, eran regidores del Concejo local.

A comienzos del año 1820, todavía se estaba pagando una contribución especial para los gastos de defensa de la "peste levantina". De nuevo, la Virgen de la Sierra sería el recurso espiritual.

Las actas capitulares del año 1821 recogen un gran acontecimiento local. El día 8 de septiembre, la Virgen ha realizado un milagro, sanando en la ermita, durante la procesión, a un niño de Fernán Núñez. Las autoridades se han dirigido al obispado para que se reconozca el milagro y el propio obispo, don Pedro Antonio de Trevilla (desde 1805 hasta 1832), responde así al Alcalde Primero Constitucional de la villa de Cabra, don Juan Antonio Ruano y Aguilera, el día 9 de octubre:

"En vista de la exposición que S. I me ha dirigido. de acuerdo con el Ayuntamiento Constitucional de esa Villa, en solicitud de que se practiquen las oportunas diligencias para calificar la ocurrencia del día 8 de Septiembre último con Martín Gómez, de edad de nueve años, natural de la Villa de Fernán Núñez que, siendo mudo o tartamudo y puesto en las andas de Nuestra Señora de la Sierra empezó a pronunciar Viva la Virgen Santísima de la Sierra y continuó hablando claramente, he librado la correspondiente Comisión al Vicario Eclesiástico de la Villa de Fernán Núñez, para que reciba justificación de los hechos que contiene la exposición referida. Lo que pongo en noticia de V.S. para su inteligencia y gobierno y a fin de que estén al cuidado para evitar los entorpecimientos que suelen padecer semejantes diligencias que, por su naturaleza, son delicadas y ofrecen mucho trabajo.
Dios guarde a V.S. muchos años. Córdoba, 9 de octubre de 1821.
Pedro Antonio, Obispo de Córdoba
".

En las cuentas de 1824 figura un estado de los bienes de la cofradía. Se trata de 20 censos, que importaban 33.233 reales y 7 maravedíes de capital, que rentaban 1.183 reales y 4 maravedíes anuales. 2 casas y una zahurda, que rentaban 814 reales cada año. 7 memorias de limosnas de aceite, que producían al año 48 arrobas. 3 pedazos de olivar y un cahiz de tierra laborable en la Nava.

En abril de 1824 subió a la Sierra el Rosario de Penitencia, por escasez de lluvia.

El capellán tenía como salario en esta época las rentas de 9 censos, que producían al año 808 reales.

El día 11 de enero de 1824, la Virgen de la Sierra obró un milagro en la persona de Juan Granados, de 30 años, que había quedado ciego, como secuela de una dolencia de tabardillo. La enfermedad había ido a más, a pesar de la atención del médico don Rafael Ortiz y del cirujano don Joaquín Campisano.

La Virgen de la Sierra estaba todavía por esos días en Cabra y se había preparado su regreso a la ermita para el domingo 11 de enero de 1824. Se acordó que se llevara a la Virgen, en procesión, el día 6, al convento de Agustinas. El día 8 se trasladaría al convento de San Martín, de donde saldría el domingo 11 para el santuario, después de una breve parada en el convento de Mínimos de San Francisco de Paula.

Juan Granados solicita del hermano mayor don Felipe de la Corte y Coca, que se le permitiera hacer estos tres trayectos sobre las andas de la Virgen, a la que quería encomendarse. Se consulta al hermano mayor de andas, Juan de Oteros, que no puso ningún inconveniente, por lo que el enfermo pudo cumplir su deseo. Juan Granados fue curando progresivamente en esos días y al llegar a la ermita estaba casi totalmente sano. El Archivo del Obispado de Córdoba conserva el expediente por el que se pedía el reconocimiento de este hecho como un milagro de la Virgen de la Sierra. Dada la riqueza de detalles que presentan las declaraciones de algunos de los testigos y del propio Juan Granados, pasamos a copiar lo más significativo del citado expediente.

Se indica que el proceso se ha iniciado "a instancias e influjo de don Pedro de Heredia, capitán retirado en esta ciudad, sobre un prodigio o milagro que obró Nuestra Señora de la Sierra en la villa de Cabra, restituyendo la vista a un ciego, en la tarde del domingo once de enero de este año, en que procesionalmente se conducía la sagrada imagen a su Hermita."

La declaración de testigos se inicia con la siguiente:

"En la Ciudad de Córdoba, a treinta de enero de 824, ante el Señor Doctor Don Andrés Trevilla, presbítero, canónigo Doctoral de esta Iglesia Catedral de esta Ciudad, provisor y vicario general de ella y su Obispado, pareció Francisco Valverde natural y vecino de Cabra, de ejercicio cosario, de edad de diecinueve años, y dijo: que el domingo de este año en que se subió a Nuestra Señora de la Sierra a su Hermita, vio subía en la procesión a un convecino suyo, de esta villa, cuyo nombre ignora, pero que sabe que era ciego de resultas de un tabardillo, que tuvo en el verano anterior, al cual vio bajar restituida la vista, de cuyo beneficio aún disfruta en el día, y por lo que ese suceso pueda tener de prodigio, lo participaba a su Señoría a los efectos convenientes y no firma porque dijo no saber y a su ruego lo hizo con su Señoría don Pedro de Heredia, capitán retirado en esta ciudad, de que yo el notario mayor del Crimen y Gobierno de su curia eclesiástica, que a ello fui presente, doy fe. Andrés Trevilla. Pedro María de Heredia y Río. Ante mí, Pedro Coronado. Notario Mayor."

Sigue la ratificación de Francisco Valverde, efectuada en la Villa de Cabra, ante el vicario don José María Güeto y Luque, con asistencia del notario mayor, Lorenzo Díaz y Ortiz. A esta siguió la declaración de otro testigo, llamado Juan de la Fuente.

Muy interesante resulta la declaración de Juan Granados, el devoto a quien la Virgen devolvió la vista. Lo hace ante el vicario y el notario mayor. Presta juramento y dice:

"Que a principios del verano último, salió de esta villa para la ciudad de Écija, a trabajar en la siega de las mieses, en cuyo ejercicio permaneció como mes y medio, el que pasado se restituyó a esta villa su patria, ejercitando en otros dos o tres días, en segar igualmente mieses, lo que concluido estuvo trabajando, por diez y ocho días, en una era, en cuyo último día sintiéndose malo e indispuesto se vino a su casa, siendo el resultado darle cuatro o cinco accesiones terciarias, las que le curó el facultativo don Rafael Ortiz, dándole la quina, y con efecto, con este específico se le curaron las otras accesiones; pero notó que se le iba apocando la vista en el ojo izquierdo, lo que, consultado con el otro físico, le propinó agua de rosas cocidas y algunos otros ingredientes con los que se bañaba el ojo izquierdo, que era el que conocía falta de vista; pasado algún tiempo y advirtiendo que no solo no se mejo-raba, sino que cada día advertía más falta de vista en el citado ojo, manejándose solo con lo que veía con el derecho, le aconsejaron a la María de Ordóñez su mujer, que en el ínterin que no se sangra-ra su marido, no recuperaría la vista que le iba faltando en el ojo; se lo propuso al declarante, y éste, vencido de las amonestaciones de su mujer y de los deseos de recobrar la vista para poderse manejar y ganar el alimento de la familia, se dejó vencer y lo sangraron en dos días seguidos, en los que notó que iba perdiendo la vista no sólo en el ojo izquierdo, sino en el derecho, en términos que al otro día de la segunda sangría ya nada absolutamente veía, ni con uno ni con otro ojo.
Así permaneció como unos seis meses sin salir de su cuarto y a lo más alguna vez que su mujer lo bajaba al cuerpo de la casa para algún tanto distraerse oyendo a los que entraban. Al final de ese tiempo oyó decir el declarante que a Nuestra Madre y Patrona María Santísima de la Sierra se iba a trasladar desde la iglesia parroquial de esta villa en donde se hallaba a su Santuario de la Sierra, y deseoso de conseguir su salud y vista, por la intercesión de tan digna mediadora, se encomendó a su protección, y le ofreció, si le daba la vista, solemnizarla con una misa cantada, una libra de cera y unos ojos de plata.
Además influyó a su mujer para que hablase a don Felipe de la Corte, Hermano Mayor de Nuestra Santa Imagen, a fin de que permitiera el ir sobre las andas cuando saliera la Virgen de la iglesia mayor parroquial, quien lo remitió a Juan de Oteros, vecino de esta villa, y hermano mayor de andas y concedido por ambos se fue el declarante a nuestra iglesia mayor, después de las oraciones del día 6 de enero último y poniéndolo sobre las andas de la Señora, vino hasta las Monjas Agustinas, en cuya iglesia se bajó el exponente de estas andas, y ocurrió que veía alguna cosa y que percibía algunos objetos. Después, en la noche del día 8 del mismo enero, en que la santísima imagen salió de esta iglesia de las Monjas Agustinas para la de las Monjas de San Martín, fue igualmente montado el declarante otra vez sobre estas andas, pidiendo encarecidamente a la Señora el que continuase sus gracias dándole la vista y también advirtió que aún distinguía mejor los objetos que en la anterior.
Últimamente, determinado que el día 11 del citado mes de enero, por la mañana, se trasladase la santa imagen de la iglesia de las Monjas de San Martín a su Santuario de la Sierra de Cabra, pusieron al que depone en citadas andas y empezó con más fervor que antes, y con nuevas suplicas y plegarias a rogar a la Señora para que completase la obra y viese. Lo que así verificó, pues al llegar al convento de Mínimos, extramuros de esta villa, empezó a conocer algunas gentes. Después, conforme se iba subiendo a la Sierra se le iba aclarando más la vista, en términos que, en los olivares, que estantes del sitio llamado "Los Colchones", y en el que volvieron la primera vez a la santa imagen, para que echara la bendición al pueblo, ya el declarante distinguió la población que ya distaba una media legua. Y estrechando cada vez más sus ruegos y plegarias, al llegar al Santuario, y ya cerca de entrar en la iglesia, le preguntaban los muchos concurrentes que asistieron, si veía y efectivamente, entrados en esta iglesia, lo bajaron de las andas, diciendo el declarante por muchas veces, ya veo, viva María Santísima de la Sierra.
Y llevado hacia el patio del Santuario, le preguntaban: ¿Qué hay ahí? y el que declara respondió "veo escalones", los que bajó distinguiéndolos bien, y permaneciendo allí algún rato, se vino por su pie a esta villa, sin venir asido a nadie y distinguiendo y viendo bien las muchas piedras y pasos malos que hay en un camino tan escabroso y todo de cuesta.
Preguntado si puede referir qué personas son las que le hablaron en su ceguera y con quienes trató, como las que le acompañaron a esta villa, para así poder formar conocimiento seguro del caso que refiere, dijo: Que son muchos los que pueden deponer, pues por lo que hace a los primeros, lo fueron a visitar las más de las personas del barrio en que vive; y por lo segundo, no bajarían de dos o tres mil personas las que fueron al Santuario en el día de la traslación.
Preguntado si alguno otro facultativo de medicina o cirugía lo visitó durante su ceguera y si usó de algunas de las medicinas que le mandaron, dijo que don Joaquín Campisano, uno de los cirujanos de esta villa, lo estuvo asistiendo como unos treinta días, en cuyo tiempo le mandó a la mujer del declarante que, con unas aguas cocidas de malvas le frotase y limpiase los ojos, lo que hizo por espacio de tres o cuatro días; pasados estos, le mandó ponerse unos causticos en las espaldillas, y al mismo tiempo que, cocidas unas camuesas y hechas en ellas un poco de azafrán, se envolviese todo en manteca sin sal, le pusiese varios apósitos de noche sobre las pupilas, encargándose que no los abriese y que pasase toda la noche de espaldas. Y últimamente, que unas pepitas de membrillo las cociese batidas con migajas de pan y otras cosas que no se acuerda, para que igualmente se las aplicase en los ojos, concluyendo estas operaciones con la de abrirse una fuente en el brazo derecho que aún permanece.
Preguntado si al tiempo de cuando le pusieron en las andas de la Santísima Virgen de la Sierra, ya para las iglesias de los Conventos de Monjas de esta villa, y ya para la traslación a su Santuario, le curaba actualmente el otro cirujano don Joaquín Campisano, administrando las medicinas que lleva referidas, dijo: que aunque ya había parado en su curación le hacía alguna que otra visita en el tiempo que refiere la pregunta, especialmente para verle la fuente, y que aún después del suceso en la Sierra, también le ha hecho alguna que otra visita.
Preguntando si ha adquirido completamente la vista en término que pueda decirse que ve claramente y que se maneja en su ejercicio de campo, dijo: Que no ha adquirido la vista completa-mente, pues aunque ve, es como turbio, y con el ojo izquierdo ve mejor que con el derecho; que no puede manejarse para los ejercicios del campo, pues hace ocho meses que no ha dado un peón, y que solo su manejo es para poder andar solo, distinguir los objetos de cerca. Y responde es todo cuanto puede decir en razón de lo que ha sido preguntado, y la verdad en cargo del juramento que lleva hecho. No firmó porque expresó no saber escribir, siendo de edad de treinta años, lo firmara otro, el Señor vicario e yo el notario, de que doy fe. Güeto. Lorenzo Díaz Ortiz."

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