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martes, 19 de marzo de 2024 - 03:00 h

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Asunción y Ángeles y Demonios (IV-V)

La devoción a la Virgen de la Sierra durante el período de la Ilustración (y III)

24.05.20 - Escrito por: Antonio Moreno Hurtado

Terminamos con esta tercera parte, el trabajo sobre la devoción a la Virgen de la Sierra en el período de la Ilustración que viene ofreciéndonos el cronista oficial de la Ciudad e historiador Antonio Moreno Hurtado.

En el expediente del milagro obrado en el vecino Juan Granados, sigue la declaración de don Joaquín Campisano, el cirujano que había tratado al invidente. Su contenido es el siguiente.

"En la villa de Cabra a diez de marzo del año de mil ochocientos veinte y cuatro. Ante el señor don José María Güeto y Luque, cura propio y vicario de la iglesia de esta villa, compareció don Joaquín Campisano, zirujano aprobado y vecino de esta villa, del cual su señoría, por ante mí el notario mayor, recibió juramento, que hizo por Dios nuestro Señor, ante la Cruz, según derecho, y en cargo de él ofreció decir verdad en lo que supiere y fuere preguntado, y siéndolo por la cita que le hace en su declaración Juan Granados, de haberle curado, dijo: Que a fines del vera-no último lo llamaron para curar a Juan Granados, vecino de esta villa, al que encontró con una optalmia aguda, y en ese estado le pareció conveniente se empezase a aplicar algunos emolientes purgantes y anodinos, y no habiendo conocido el declarante una mejoría notable, le mandó aplicar una docena de sanguijuelas en la parte posterior del cerebro, sin perjuicio de los emolientes a la parte y después le mandó cáusticos en otra parte posterior al cerebro, y observando el que declara la tenacidad de la enfermedad le pareció conducente se abriese una fuente en la parte superior e interna en el brazo izquierdo. Y a beneficio de esta y de las demás medicinas que se le habían aplicado, calmaron los síntomas inflamatorios, conociéndose progresivamente su mejoría.

Se presentó enseguida en el ojo derecho un hipopion, y en el izquierdo, en el centro de la cornea transparente, un albujo que aún permanece, aunque más disminuido, notándose que al presente nada ve con el ojo derecho, y con el izquierdo, solo lo preciso para manejarse, aunque no para ir a los manejos del campo.

Preguntado, si conoce que la mejoría que advirtió en el Juan Granados pudo ser de los efectos de la medicina o de alguna otra causa superior y prodigiosa, dijo: Que aunque puede atribuirse la causa de la mejoría al periodo que quedó la enfermedad y al plan medicinal que observó, no niega con todo que pueda haber algo de maravilloso, pues realmente decía el Granados que veía con mucha claridad desde que lo subieron en las andas de María Santísima de la Sierra.
En su juramento que lleva hecho, expresó ser de veinte y seis años y lo firma con nuestro señor vicario e yo el notario, de que doy fe. Güeto. Joaquín Campisano. Lorenzo Díaz y Ortiz"
.

Como podemos ver, el cirujano no acepta con claridad el hecho de que pudiera haber habido una curación por causas no naturales e insiste en la bondad de su tratamiento. Un tratamiento que, por aquellos tiempos, se basaba principalmente en la sangría del enfermo o el uso de sanguijuelas que le chuparan la sangre.
Según los médicos de entonces, muchas enfermedades se debían a un envenenamiento de la sangre, con unos "humores" malignos que había que eliminar.
Para ello, creían que lo mejor era sacar cierta cantidad de sangre del enfermo y esperar a que su propia naturaleza le hiciera recuperarse. Sin embargo, las sangrías frecuentes lo que producían era un gran debilitamiento del enfermo, que solía morir por ellas y no por la propia enfermedad.

Según el propio Juan Granados, fue a continuación de las dos sangrías cuando perdió totalmente la vista.

Sigue el informe de don José María Güeto y Luque: "Señor Provisor y Vicario General: Luego que he recibido la declaración de Juan Granados y del facultativo don Joaquín Campisano, he omitido el que comparezcan otros a deponer hasta que V.S. vea lo que producen aquellas y mande seguir por lo que aparece, o por lo depuesto por el Campisano, que la mejoría pudo ser efecto del periodo guardado en la enfermedad y del plan medicinal, contrariando esto a lo que pudiera resultar de prodigio y extraordinario, aun cuando lo hubiese. Los testigos merecen crédito. Es cuanto puedo y debo decir a V.S. Cabra, once de marzo de mil ochocientos veinte y cuatro. José María Güeto y Luque".

El vicario no se "moja" y prefiere apoyar la declaración del facultativo.

El expediente fue remitido al notario mayor de la curia eclesiástica, don Pedro Coronado, con una carta de don Pedro de Heredia, promotor del expediente.
Heredia es consciente de que estos dos últimos informes no van a beneficiar a su petición y decide contraatacar. Su escrito dice así:

"Muy señor mío: devuelvo a V. el expediente que se sirvió entregarme sobre la vista restituida al que invocó la protección de Nuestra Señora de la Sierra de Cabra, en enero del presente año, a vista del numeroso concurso, a su traslación a su Santuario en esta Sierra desde la villa, en que estaba de mucho tiempo a esta parte. Y para mi pienso que tan inútiles hubieran sido los remedios del cirujano don Joaquín Campisano, último declarante en nuestro expediente, como parece que lo fueron los del médico don Rafael Ortiz -que no ha declarado- que expresa en su declaración Juan Granados, si este no hubiese implorado en su favor el poderoso auxilio de María Santísima.

Pero mi modo de pensar en asuntos de medicina y cirujía no merece atención: los facultativos podrán conocer si las sanguijuelas aplicadas en la última curación de Campisano eran más poderosas que lo habían sido las sangrías para curarlo de su ceguera; si la fuente que finalmente se abrió en vista de que la tenacidad de la enfermedad no cedía ni a sanguijuelas, ni a causticos, ni emolientes purgantes y anodinos, aunque calmase los síntomas inflamatorios con mejoría progresiva que juzga el expresado Campisano, impidió no obstante que después de tener esto, según declaración, saliesen al paciente los impedimentos en los ojos, que en la parte que han cedido no consta que esto fuese en virtud de otros remedios que los de piedad e invocación divina.

Si el beneficio progresivo o periódico que con tales remedios notó el paciente en su vista, puede atribuirse a los chirurgicos con tal exactitud, que precisamente hubiese de suceder, no a aplicación progresiva de emolientes, sanguijuelas y causticos, ni a la abertura de la fuente, sino al progreso de su fe y demostraciones de confianza y de piedad para con nuestra Señora, hasta llegar en su Santuario a conseguir la gracia o graduación de vista, que fue bastante para bajar, por su pie y sin guía de nadie, el camino como de una legua y escabroso de la Sierra al pueblo, para cuya posibilidad estuvo para tanto tiempo privado, a pesar de tantas medicinas.

Si siendo la tenacidad de esta enfermedad tal que pudiere finalmente ceder periódica o progresivamente a la abertura de la fuente, porque continuaba abierta esta fuente, y en sus visitas al mismo facultativo para vérsela = según declara el paciente = ha podido cesar el periodo y progreso de la mejoría, sin adelantarse más con tales remedios naturales, ni recobrar más graduación de vista de que en esta declaración atribuye conseguida por favor de Nuestra Señora de la Sierra en su Santuario.

Los theologos podrán decir si hay quien pueda ser consejero de Dios, para juzgar si debe dispensar o no sus milagrosos beneficios paulatinamente o de repente, con total sanidad, o con tal o tal grado de ella; pero si, no obstante, este examen fuese necesario para la declaración de un milagro, de que como voz del Cielo hubiese de depender la colocación de un venerable en los altares, con el prudente rigor que, en tales casos, acostumbra la Sagrada Congregación de Roma, mi parecer, aunque nada valga, es que no es lo mismo cuando se trata de la Santísima Virgen, de quien no hay inconveniente en persuadirse la frecuente dispensación de unos beneficios que aumenten la piedad y confianza de los fieles en su patrocinio, lo cual pienso se verifica en el caso presente, aun cuando permitiese en el caso presente al facultativo Campisano todo el acierto -que pudo darle también el favor de nuestra Señora­ y toda la eficacia que atribuye a sus medicinas, en lo cual, sin que sea motivo de ofensa del mismo ni de nadie, se sabe ser común que el facultativo juzgue favorablemente a favor de sus recetas.

El médico y theólogo Tenia, en su Compendio de la vida de San Francisco Solano, después de haber tratado de cuatro clases de milagros del santo, trata de los beneficios o favores especiales que, aunque no se gradúen de milagros, deben atribuirse a su patrocinio. "Son muchas -dice- las curaciones que hacen los santos que, aunque no se coloquen en la clase de milagros, son efectos naturales adquiridos mediante su intercesión". "Muchas veces -añade en su nota sobre este lugar - sucede que una enfermedad que, atendidas sus causas naturales, es domable y sufrible del sujeto en que está, suele disponer Dios comenzara a la curación otra causa moral, cual es la invocación o intercesión de un santo; y estas causas, aunque entre a contingentes, son respecto de Dios ordenadas a su mayor gloria y la de los santos."


Y siendo esta declaración la menos favorable que puede esperarse en un asunto en que el mismo facultativo solo halla la posibilidad de atribuirse al periodo y plan medicinal en la enfermedad "sin negar que pudiese haber algo de maravilloso, pues realmente el Granados decía ver con más claridad desde que lo subieron en las andas de María Santísima de la Sierra.

Y efectivamente en su declaración no hace expresión de haber visto el menor rayo de luz con las prolijas curaciones que habían mediado hasta otro tiempo, cuya declaración es suficiente para avivar y fomentar la piedad del pueblo cristiano, sin apagar su espíritu a lo que propende la nimia rigidez en estos asuntos; me limito a decir que, aún en la duda de, si fue la protección de la Señora o la eficacia de los remedios naturales quien dispensase al otro agraciado el beneficio de la vista que disfrutaba en la graduación que le ha sido retribuida, la declaración del hecho en la forma que aparece, podrá convenir, dejando a cada uno la libertad de juzgar como le parezca en el particular, sin que se repruebe ni censure que, en semejante duda, la piedad se incline a creer esta causa prodigiosa, como tal vez podría llegarse a declarar con mayor examen o si, durante este, Su Majestad fuese servido de completar esta sanidad perfectamente.

Y por último, concluyo pidiendo a V. se sirva dar las gracias al señor Provisor por estas diligencias encargadas, y hacerle presentes estas reflexiones por si alguna mereciese su atención, que todas las sujeto a la corrección de la Santa Iglesia, y suplicarle que, respecto a que el señor Vicario de Cabra, remita el expediente a su resolución, tenga a bien dar lo que le parezca conveniente para la de nuestro ilustrísimo señor Obispo, y por mi parte espero se sirva decirme si debe abonar alguna cosa por lo actuado, para satisfacerlo.

Nuestra Señora bendecirá a V. como desea su servidor Q.S.M.B. Pedro María Heredia y Río".


En la misma hoja en que termina esta carta, figura la siguiente diligencia:

"En la ciudad de Córdoba, en primero de abril de mil ochocientos veinte y cuatro, el señor doctor don Andrés Trevilla, presbítero, canónigo doctoral de la Santa Iglesia Catedral de esta ciudad, provisor y vicario general interino de ella y su Obispado, habiendo visto este expediente, con lo expuesto por el capitán retirado don Pedro María Heredia y Río en una exposición, dirigida al presente notario mayor, para los fines que se expresa, su señoría dijo debía mandar y mandó que todo ello se diera traslado al fiscal general eclesiástico de este Tribunal para que, a su vista, exponga un dictamen y diga o pida lo que estime conveniente. Y para su curso, así lo proveyó y mandó y firmó su señoría, de que doy fe. A. Trevilla. Licdo. Pedro Coronado".

El expediente termina con la siguiente nota: "En Córdoba en este día mes y año, yo el notario mayor, notifiqué la anterior providencia al fiscal general eclesiástico de este Tribunal, de que doy fe. Coronado".

Comentemos, por último, que la documentación indica que la Virgen se solía volver varias veces, durante la subida a la Sierra, para bendecir al pueblo de Cabra. También se nos dice, que la Virgen subió ese día a la ermita acompañada de entre dos mil y tres mil personas. Como hemos visto, el capitán retirado don Pedro María de Heredia y Río hizo las gestiones ante la autoridad eclesiástica para que el hecho se reconociera como milagroso. No obstante, como en tantas ocasiones, la Iglesia no se pronunció sobre este asunto.

Digamos, también, que el enfermo Juan Granados había casado en Cabra, en enero de 1817, con Eulalia María Ordóñez.

En el año 1826 se trajo de Valencia la tela para renovar la bandera de la Virgen. Se hizo la gestión a través de la firma "Martín Belda e hijos", que cobró 1.500 reales. Este Martín Belda era abuelo del primer marqués de Cabra y natural de Bocairente. La relación venía por el hecho de ser padre de don Francisco Belda, casado en Cabra con doña Rosa Mencía del Barrio en el año 1818. Fueron los padres del marqués. En ese tiempo era hermano mayor don Felipe de la Corte y Coca.

En 1828 amenazaban caerse las tallas de madera que forraban el arco, bóveda y cornisas, así como los retablos de algunos altares de la ermita, por lo que fue preciso quitarlos. Se dejaron los dos altares del crucero, pero se quitaron otros tres retablos del cuerpo de la iglesia.

Todavía iban a venir tiempos difíciles para la Iglesia y sus cofradías, pero la devoción a la Virgen de la Sierra saldría por encima de los ataques de sus enemigos, de los requisamientos y de las subastas de sus bienes.

Cabra y los vecinos de varios pueblos de la actual Subbética supieron defender y fomentar el culto a la Patrona de Cabra, su guía espiritual durante siglos.

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