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"EN LA CORONACIÓN CANÓNICA DE LA VIRGEN DE LA SIERRA"

04.06.15 - Escrito por: Juan José Asenjo Pelegrina

Reproducimos la alocución de Monseñor Juan José Asenjo Pelegrina, actual arzobispo de Sevilla, que dirigió el domingo 5 de junio de 2005, tras haber presidido la ceremonia religiosa de Coronación Pontifica de la venerada imagen de la Virgen de la Sierra, de la que hoy se cumplen diez años.

"EN LA CORONACIÓN CANÓNICA DE LA VIRGEN DE LA SIERRA"

Domingo, 5-VI-2005

Queridos hermanos y hermanas:

Os dirijo esta alocución con la emoción todavía a flor de piel por el acontecimiento verdaderamente singular que anoche vivimos en Cabra, la coronación
pontificia de la Santísima Virgen de la Sierra, patrona de esta hermosa e histórica ciudad de la Campiña cordobesa, un sueño largamente acariciado por todos los egabrenses y por los devotos de esta bendita imagen. En el último año han sido muchos los actos organizados para caldear los corazones de los hijos e hijas de Cabra, entre otros, conferencias y catequesis, semana mariológica, exposiciones, vigilias de oración y celebraciones de la penitencia. No es extraño, pues, que la ceremonia resultara brillante, pues había sido preparada con esmero desde hace meses por los sacerdotes de Cabra y por los miembros de la Archicofradía de la Virgen. El ritual de la coronación, lleno de hondura teológica, fue vivido con emoción y fervor por los miles de asistentes que llenaban el polideportivo municipal.

Permitidme, por ello, que dedique mis palabras a este acontecimiento de gracia que acabamos de vivir.

La piedad popular ha meditado a lo largo de los siglos en el quinto misterio glorioso del Rosario "la coronación de la Virgen María como reina y señora de
todo lo creado". La carta apostólica "Rosarium Virginis Mariae" del Papa Juan Pablo II nos introduce en su contemplación: "A esta gloria [la vida de Cristo
resucitado], que con la ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, es elevada Ella misma con su asunción a los cielos, anticipando así, por especialísimo
privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne.

Al fin, coronada de gloria, como aparece en el último misterio glorioso, María resplandece como Reina de los ángeles y los santos, anticipación y culmen de la
condición escatológica de la Iglesia" (n. 23). La contemplación de la coronación de María transporta nuestros corazones hacia las realidades últimas, gozosas y definitivas, de nuestra vida. Ella, como primicia, participa en cuerpo y alma de la gloria de su Hijo. La Iglesia peregrina descubre en Ella su vocación más profunda, que no es otra que participar en el cielo de la Pascua de su Señor.

La coronación de María como reina y señora de cielos y tierra ha sido enseñada también por el Concilio Vaticano II como verdad que pertenece a la (LG
59). La tradición viva de la Iglesia ha interpretado siempre como referidos a la Virgen dos versículos de la Sagrada Escritura. En el salmo 44 nos dice: "De pie, a
tu derecha, está la reina, enjoyada con oro de Ofir" (v. 11), texto que cantamos anoche en la liturgia de la coronación de la Virgen de la Sierra. El Apocalipsis,
por su parte, nos presenta la efigie de una mujer, "vestida de sol, la luna bajo sus pies, coronada con doce estrellas" (12,1), imagen que prefigura tanto a la Virgen como a la misma Iglesia. Ambos textos bíblicos tienen su reflejo más hermoso en la iconografía mariana y constituyen el punto de partida del rito litúrgico de las coronaciones de aquellas imágenes de la Virgen que gozan de una extraordinaria veneración por parte de los fieles.

En el Nuevo Testamento la corona expresa la participación en la gloria de Cristo y es signo de santidad. San Pablo espera recibirla en el último día
del Juez justo, junto "con todos aquellos que tienen amor a su venida" (2 Tim 4,8). Santiago nos habla de la "corona de la vida" que recibirán aquellos que
perseveran firmes en la fe (Sant 1,12; Apoc 2,10); San Pedro nos asegura que es "la corona de gloria que no se marchita" (1 Ped 5,4); y, de nuevo, San Pablo la presenta como la "corona incorruptible" (1 Cor 9,25), sin parangón con la gloria efímera y los sucedáneos de felicidad de este mundo.

Anoche, en nombre y por mandato del Santo Padre, tuve el honor inmerecido de coronar canónicamente la imagen de la patrona de Cabra. En mi homilía dije a los fieles que participaban en la solemne Eucaristía que este acontecimiento debe ser para toda la diócesis, y muy especialmente para los egabrenses, una
llamada exigente a vivir la santidad en la vida cristiana ordinaria, cada uno según su propio estado y condición. María coronada por Dios Padre en su asunción
a los cielos y por la Iglesia como fruto del amor y del cariño de sus hijos, es el modelo más acabado de colaboración con la gracia y de disponibilidad para
acoger y secundar el plan de Dios. En eso consiste precisamente la santidad a la que todos estamos llamados. Dios quiera que esta coronación pontificia tan
deseada, nos ayude a todos a renovar nuestra vida cristiana y suscite en nosotros un verdadero "anhelo de santidad". Para ello contamos con la intercesión poderosa de la Santísima Virgen.

La coronación de la Virgen de la Sierra es también una llamada al compromiso evangelizador. María entregó al mundo al Salvador. Como ella, nosotros
estamos obligados a anunciarlo y compartirlo con nuestros hermanos con el aliento de María, la Estrella de la Nueva Evangelización, como la llamara el Papa
Juan Pablo II en el monasterio de la Rábida en 1993. Ella nos acompañará en esta tarea apremiante en nuestra Diócesis.

Termino mi alocución felicitando de corazón a los egabrenses, al mismo tiempo que deseo a todos que la coronación canónica de la Virgen de la Sierra
nos ayude a crecer en amor filial a María, que ha sido siempre un signo distintivo de los buenos cristianos.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz domingo.

? Juan José Asenjo Pelegrina
Obispo de Córdoba

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