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La verdad de la luz
05.03.14 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
A fin de cuentas somos hijos de la luz. La luz en Cabra no sólo es el azul que pinta las tardes de marzo o el templo donde arde la cera, no sólo es el calor que enciende el naranjo para poner su inconfundible fragancia al aire de la primavera. La luz en Cabra también se llama Soledad, Necesidades, Humildad, Angustias. Advocaciones, cualesquiera de ellas, que encierran la verdad de nuestras preocupaciones, miserias, alegrías y desazones. Sólo en ellas está lo importante.
Desde el Miércoles de Ceniza nuestro corazón es un tenso latido que cruza la frontera de aquello que sólo puede entenderse con la razón, que traspasa el umbral de lo explicable, para llegar a ese espacio donde las horas irán cayendo hasta romper en el nacimiento de la nueva vida que es el Domingo de Ramos. Todos nos miramos por dentro y sentimos la emoción de unos días en los que el tiempo no se cuenta, al contrario, se descuenta; donde los sueños, al final, se cumplen y la felicidad no necesita de grandes alardes, sino que, para alcanzarla, basta un simple instante en el que se cruce alguna mirada, sobrevuele una melodía o intuyas que en la otra esquina pronto un paso alzará su vuelo.
En la luz que cobija la verdad, encontraremos también el secreto que descifra lo más recóndito de nosotros mismos y que da sentido a todo ese volcán de sentimientos que nos invade. Quizás el secreto esté en sus ojos, esos cristales donde se refleja la pureza de una madre; quizás en la mano que cada año besamos, en el pie donde se quedan las necesidades de un pueblo el primer viernes de marzo, en el interior de una túnica, en el gesto íntimo de dos hermanos que comparten esfuerzo y lágrimas en un varal. Hace relativamente poco he comprendido que ese secreto lo tengo en el fruto de su vientre y que si me había enamorado hasta la médula de aquel corazón lleno de alegría y bondad, era porque algún día de ella tendría que nacer la luz de nuestras vidas, a la que nos abrazaremos desde el primer segundo. Sólo Él ha podido hacerlo.
A nosotros volverán los sabores del limón y la canela, del azúcar que endulza las tibias tardes de la Cuaresma mientras el sol se resiste a dejar de colorear los tejados de la ciudad. Volverán el olor del incienso que nos trae un relente perfumado de vainilla, las melodías de nuestra infancia y las estampas oníricas de los cultos a nuestros Titulares. Todo volverá para hacer realidad lo que soñamos. Y así, será verdad la luz que Cabra amasa y prepara en estos días. Tomará forma y conquistará la ciudad, porque saldrá de las Agustinas en una jubilosa mañana de palmas y olivos.
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