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Regina Mater
27.06.15 - Escrito por: Antonio Ramón Jiménez Montes
 Hará mucho calor, con riesgo de temperaturas por encima de los cuarenta grados. Y habrá mucha gente, más de doscientas mil según las estimaciones policiales. Habrá atascos en las zonas peatonales, cortes de tráfico y accesos limitados a personas y vehículos. Llegarán, ya lo han hecho muchos, autobuses, coches particulares, grupos y personas que querrán participar en esta tarde que lleva anunciada desde hace tiempo y que, finalmente, tendrá muchos puntos de encuentro y un lugar único, la Ribera, la Puerta del Puente, el entorno de la antigua Mezquita y el interior de la Catedral.
Así se espera una celebración religiosa y popular multitudinaria y llena de emociones pues son las imágenes de la Virgen, en número de 25, las que formarán parte de estas procesiones que las llevarán a la celebración del 775º aniversario de la consagración del principal templo cristiano de la diócesis de Córdoba dentro de la antigua Mezquita del Califato. Algunos no están de acuerdo en el motivo que da pie a esta magna conmemoración, otros piensan que no es la fecha más idónea. Hay quien estima que se ha utilizado la más sencilla y sincera devoción popular para enaltecer patrimonio o autoridad. También quienes han considerado poco apropiado estar o participar, ya sean cofradías, personas o instituciones.
Sin embargo y con todos esos matices, estando a favor o en contra, apoyando o criticando, hay una cuestión que no ofrece lugar a dudas. Es la manifestación devocional y las muestras de fervor y religiosidad que estas imágenes sagradas que representan a la Virgen María, están provocando en pueblos y en la propia capital. Unas más extensas, otras más reducidas. Todas intensas y sinceras. No se puede forzar lo que no existe, por mucho que queramos. Pero está claro que aquello que espontáneamente se ha visto, no tiene parangón posible ni por mucho que se hubiera previsto, se pensaba que fuera como ha sido.
Lo hemos visto en los días previos, en los momentos de intimidad junto a las imágenes y en aquellos otros de multitudinaria presencia que llenan puentes, calles y barrios, pueblos e iglesias. Y lo hemos sentido en los constantes anhelos de gentes sencillas, anónimas y silenciosas que en sus miradas han lanzado un gemido interior, recordando devociones familiares, lágrimas de generaciones que les enseñaron a sentir de una manera especial cómo venerar a la Virgen. Lo hemos vivido en la forma de compartir todas esas sensaciones que parecen y quizá sean únicas, pero que, no lo olvidemos, repiten una tradición ancestral, entregada de madres a hijas, de abuelos y abuelas a nietos y nietas, de padres a hijos, de generación en generación, y que ha ido quedando como semilla fecunda de una fe sincera y una devoción sin fisuras. Ahí está la prueba para comprobarlo.
Ese es el mejor sentido, a mi parecer, de esta celebración que será histórica y única, en una Córdoba que remonta sus devociones a lo antiguo y a lo renovado. Que siendo ancestral no deja de tener actualidad. Que convive con lo masivo y con lo minoritario, así son las cosas y gracias a que pueden serlo es lo mejor que tenemos. Y se podrá o no estar de acuerdo, podrá gustar más o menos. Se podrá calificar como se quiera por quien se quiera. Y desde ese respeto, que no solo es necesario sino imprescindible, no queda otra que asumir, contemplar y presenciar, ya sea directa o indirectamente, qué es lo que la gente quiere y que sin pudor ni vergüenza expresa libremente. En todos estos días hemos comprobado que hay un sentimiento profundo que se ofrece a las imágenes que hoy recorrerán las calles y plazas, saliendo de los templos y llegando a ese otro templo mayor, y es el sentido de la devoción de siglos que, en el caso de Nuestra Señora de la Sierra, como modelo evidente, recoge centenarias plegarias que no han cesado ni un solo día y que se han volcado en toda la provincia y en la propia capital. Con gente de Cabra, por supuesto, pero con otra mucha gente de muchos pueblos y de la capital que no han querido dejar de unirse a esta devoción tan especial que reúne en torno a sí, la Virgen de la Sierra.
Esta tarde, cuando la veamos en esa simbólica iconografía donde los nardos y el manto del día 8 enmarcan su resplandor bajo las andas de plata, quedarán en las retinas de cuántos lo presencien, los reflejos del brillo que los siglos han ofrecido a una imagen siete veces secular. Y lo harán ante una tradición de más de mil trescientos años que no puede ni quiere quedar callada y así lo ha puesto de manifiesto en estos días. Que no quiere cerrar los ojos sino abrirlos y contemplar, en la espectacularidad de una manifestación tan nuestra, lo más profundo que se esconde tras toda esa parafernalia: la Madre y Reina de tantas personas que la imploran y tienen por intercesora, con su Niño delante de su vientre para ofrecérnoslo con total desprendimiento y amor sin límites. Ahí está la riqueza de este año jubilar y todo lo que supone.
¿Qué habrá hecho la Virgen a lo largo de tantos siglos para tener esta respuesta que sigue teniendo?, se preguntaba el otro día el prelado cordobés ante las plantas de Nuestra Señora de la Sierra. Solo Ella y las personas que han recibido sus favores lo saben, lo sabemos. Por eso ha sido tanta y tanta gente la que se ha congregado a sus plantas y no ha dejado de acompañarla en un solo instante.
Nos meteremos de nuevo bajo su bandera mientras redobla el tambor. Y diremos ¡viva! sin cesar ante su imagen bendita. Cantaremos y aclamaremos con vítores a la Madre de la Sierra que, como Celestial Viajera, hoy empieza a despedirse de Córdoba y que en apenas treinta horas, volverá a Cabra. Su pueblo la esperará como siempre pero esta vez lo hará sabiendo que la devoción a nuestra Patrona no es algo solo nuestro ni local, sino que está extendida y es tan fuerte en otros tantos lugares que han vibrado con la Virgen entre ellos. Algo que se pensaba, que se imaginaba, pero que ni se había visto, ni contemplado con la contundencia que estos días nos han permitido comprobar.
Cuando de nuevo la tengamos entre nosotros, y la sintamos con ese cariño que le han entregado todas aquellas personas que han podido compartir en sus pueblos y en Córdoba esta presencia física de nuestra Divina Serrana, le pediremos una vez más que no nos niegue su favor. Y Ella, que sabe tanto de sus hijos, los de Cabra y los de fuera, seguirá bendiciendo nuestras vidas desde esa mirada azulada y con su silencio elocuente, siempre lleno de amor y misericordia. Y en nuestra conversación íntima, como decía Fermín Pérez en su alabanza de la noche del viernes, le diremos una y mil veces, ¡gracias!, Madre amada de la Sierra, Reina del cielo y la tierra: ¡concédenos tu favor!.
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