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Diez contraluces de nuestra Semana Santa
15.03.16 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
La Semana Santa es el inquebrantable equilibrio de lo antagónico. Es el día que nos trae la alegría de una candelería recién encendida y la noche cuando vuelve la cofradía con ese aire cansado cosido en las túnicas. Las vísperas cuando se revelan con el abismo de la impaciencia, y el impulso por intentar retener en las manos ese paso que se va alejando y deja tras su estela un poso de nostalgia.
Es el silencio que siembra la ciudad y el júbilo musical de las cornetas. Es el negro de un capuchón con la cruz a cuestas y el blanco de la túnica del principio. Es la tarde cuando se apaga sigilosa en un bosque de palmeras y el amanecer que nos sorprende, sin avisar, entre naranjos en Santa Lucía. Es la luz que centellea nuestras retinas y el contraluz donde se intuye esa otra cara, el reverso de la esperanza cristalizada en unos labios y en unos ojos.
En el contraluz todo se advierte. En el contraluz hay una silueta que se levanta donde algo se anuncia. Cada cofrade, sin saberlo incluso, tiene consigo un contraluz. Una silueta que siempre lleva un nombre. Una silueta que no hace falta descifrar, que no necesita la razón para comprenderla; sólo el corazón para entenderla. En el contraluz anida ese perfil que nos cuartea el alma y nos emociona en el instante justo en el que caemos en la cuenta de que lo llevamos tan dentro que ya nunca podremos olvidarlo.
Porque en nuestra Semana Santa, donde menos lo esperamos hay un bello contraluz que necesita ser fotografiado. Ese momento donde merece la pena coger la cámara y disparar cuando algunos parecen no ver o entender nada. En ese ángulo donde la luz se expresa con su envés, se puede congelar toda una estampa trufada de simbolismo.
Así, hay contraluz donde el Cristo de la Sentencia con su mirada escorada abandona la plaza entre la cal de un barrio que lo escolta el Martes Santo; cuando el Señor de las Necesidades se recorta en un cielo incendiado al bajar la calle Priego entre el aleluya de las trompetas. Hay contraluz cuando se amortaja la tarde y Jesús Preso sale a la calle dibujándose su poderosa y eterna figura junto a la espadaña.
El contraluz se recrea especialmente sobre el Cristo de la Humildad y Paciencia, si el sol que escala por la sierra deja escapar sus primeros hilos dorados entre las ramas del naranjo, o bien al acercarse el Señor a Santo Domingo con los recuerdos de los acordes de "Martirio". Y es, también, el contraluz, quien nos acerca al semblante humano de Jesús Nazareno si lo vemos recogerse sobre el sol alto del mediodía del Viernes Santo; o al de la Virgen del Mayor Dolor avanzando recogiéndose en su templo como esa golondrina pálida donde se coagula el dolor de una madre.
En las Agustinas hay un precioso contraluz cuando estamos frente al conmovedor conjunto de las Angustias y su estampa perfilada es uno de los versos inmutables del poema colectivo que esos días escribe el pueblo de Cabra. También hay contraluz en la puerta de la iglesia de los Remedios, cuando la felicidad lleva su nombre, Virgen de la Soledad, y esa mirada ausente de María se esconde bajo una luz cegadora de Sábado Santo.
Cuando la vida vence a la muerte, cuando Jesús sale a la calle resucitado, hay también contraluz si miramos en la puerta de Santo Domingo, ante el dintel donde se cierra la Semana Santa, al Señor que nos parece recordar, con esa mano al frente y la otra sosteniendo la cruz, aquellas palabras a sus discípulos: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida".
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