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Por Chicolerías
09.03.17 - Escrito por: Francisco Agudo López
Los días ya están ganando la batalla a las noches con el izquierdo por delante. La vida resurge paso a paso entre los albores de una nueva primavera. Lo dice la caricia de un sol que prolonga cada vez más un agónico adiós por detrás de la Parroquia.
Lo dicen las perlas blanquísimas de futuro azahar de los naranjos del ayuntamiento. Y lo dicen, en la contraluz de un cielo azul, los garabatos de los vencejos en la Placeta. Ya están las calles de nuestra ciudad bañando sus nostalgias en el abrigo del perfume que nos regala un nuevo tiempo. Todos los ríos, todos, confluyen ahora en el delta espiritual y material de una nueva cuaresma egabrense. La liturgia de la naturaleza, fiel a sus ritos.
Sobre los pies, una cuadrilla se mueve a golpe de chicotá en la penumbra de unos viejos cocherones, bajo la luna que celosamente contempla atenta y presagiosa éste tiempo de preparación. Bendita tierra la nuestra, la llamada Andalucía, madre y maestra del cariño y amor a Dios, en esas maneras tan barrocas que quiso que tuviéramos. Porque en Andalucía hasta el silencio es barroco.
La Semana Santa, tan litúrgica, tan ritual y tan ancestral fue en su día conquistada por el Barroco, que llegó tan temprano como lo hicieron las libertades que otorgó un concilio hecho a su manera y semejanza. Un Barroco que se conquistó entre golpes de gubia y hojarascas de plata, de finos hilos y requiebros de seda. El Barroco llegó y se quedó pero no todo sucumbió a sus caprichos. Hubo un tiempo que no fue así. Hasta hace poco más de treinta años atrás el barroco no conquistó al costalero.
O es que, mire usted, ¿no es acaso barroco ése costero a costero de majestuosa elegancia de los pasomisterio calle Mayor abajo? ¿No lo es tampoco esa manera en que se habla de corazón a corazón, de tú a tú, con el izquierdo por delante? ¿O aquellos pasitos de "peseta" de los palios de las noches egabrenses? ¿No son acaso, sino requiebros del hondísimo flamenco que navega entre soleás y seguirillas en las fraguas de nuestro interior?
Este tardo barroco llegó eso, tarde quizá, porque igual no estábamos preparados. Porque, oiga, el Barroco es también un sentimiento. De igual modo que lo fue el irrefrenable vendaval que sintió Chicuelo cuando parió de sus adentros aquella maravillosa chicuelina como recurso al inesperado arranque de un morlaco, pero se quedó entre las artes de capa por fresca, novedosa y rompedora en aquel 1912, turbando el clásico entendimiento de una fiesta. Porque los sentimientos hondos, amigo, también son de felicidad y algarabía.
Y a Chicuelo le pasaría tal que aquí, en nuestro medio, donde los maestros de un eternísimo clasicismo rechinan de cuando en cuando los dientes ante los vientos frescos de la novedad. Por eso hoy cambio, con su permiso, el nombre de chicotá por el de chicolería.
Chicolería si, porque si está bien hecha, como aquellas chicuelinas del maestro sevillano Manuel Jiménez Moreno, que combinaban la justeza de los terrenos del animal con la elegancia, que la tiene, de dos pies quietísimos y dejar que la capa se ciña en uno, la chicolería es la chicotá de los corazones, ésa que te pide un suave vaivén de costero a costero en la clásica de siempre. Ésa que nace de una levantá de las de al cielo por derecho y poco más. La que saborea un izquierdo que no se espera en la arrancada de una recogida de barrio. O la que viene cosiéndose al suelo entre alpargatas de un palio bien andao.
Ya están los corazones de mi pueblo entre las penumbras quejicosas de unos viejos cocherones andando sobre sus pies por Chicuelo.
¡Y que me gusta a mi eso, oiga!
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