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Carta a un pregonero
30.03.17 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Tengo que reconocer que nunca supe cómo devolverte aquel gesto. Se me descompuso el alma cuando recibí aquella carta. Así se despiden los hombres, pensé. Pregonero, periodista, cofrade, eras la voz que descontaba los días que quedaban, para luego contar los días sagrados de la Semana Santa.
Mientras recordaba a tu Soledad de manos unidas, y a ese Señor del Huerto de manos tendidas, al que tanto cariño le tenías, se me venían a la mente esas palabras que en su día, ese día, me confesaste y que en alguna ocasión me las volviste a recordar. Eso no se olvida y por ello te estaré siempre agradecido.
Y así la vida, y las cosas del tiempo que siempre nos alcanza, este año ocupará aquel atril que tanto apreciabas y en el que también tuviste el privilegio de estar, tu admirado amigo y compañero José María Tron. Por eso, cómo no, en estos días de antesala del pregón en los que el pulso irremediablemente se nos acelera, me acuerdo tanto de ti y también de él, que sé que daría cualquier cosa por tenerte cerca en este acontecimiento tan especial, en un día que a buen seguro será de los más grandes que recuerde en su vida.
También he tenido la suerte, como tú, de conocer a José María. Con él he aprendido la Semana Santa desde el silencio y la reflexión, como perfecto farol de guía, desde ese alféizar de la prudencia donde todo tiene sus tiempos y cada momento encuentra su sitio preciso para expresarse. Que una cofradía es trabajo, compromiso, amor y el todo por el todo para hacer más grande, desde pequeños gestos, la tradición que nos legaron. Bien sabes, querido Eusebio, que nuestro pregonero de este año, es más de hechos que de palabras, no porque carezcan de valor éstas, que lo tienen y él precisamente las engrandece con su trabajo diario y su pasión por la comunicación, sino porque su vocación por las cofradías así se lo dicta, desde esa humildad de la que nunca presume ni hace gala, pero que transmite de forma natural, sin darse cuenta, porque es así y le acompaña siempre.
Él, como tú, sigue buscando la belleza en ese punto de nuestro pueblo donde escala el sol blanqueando la casita en la altura. Es capaz de encontrarla en cualquier momento de nuestra Semana Santa porque abre su pecho y su alma a la esencia misma que no es otra que el poder de asombrarse, por muchos que sean los años que se hayan vivido y los recuerdos que nunca se olvidan. La encuentra también contando lo que ven sus ojos, dándole a cada palabra el sentido justo, micrófono en mano, en la orilla de un paso mientras el aire trae una música y un olor que siempre logran emocionarle.
Cuántas veces te recuerda. Es inevitable. Cómo no va a serlo si junto a ti se llevó para siempre esa gran suerte de descubrir el secreto de sus ojos. La teníais delante, cuando las calles recitaban su nombre. Soledad... Soledad. Ante ese llanto infinito por donde discurre el río de las oraciones de un pueblo, supisteis que aquella mirada ausente que se cruzaba ante vosotros os mantendría unidos eternamente por mucho que al final la vida escogiera su camino más cruel.
Yo sé que aquella mirada que intentabais sostener a duras penas con vuestras emocionadas palabras, va desde entonces con José María, con nuestro amigo. Sé que este domingo estará sobre el atril, como tu recuerdo y el que te tienen todos tus compañeros. Cuando "La Cruz Parroquial" nos ponga de nuevo en el escalofrío de la propia historia de Cabra y sus cofradías, ahí estarás en espíritu, junto a tu compañero, soñando una nueva Semana Santa desde ese cielo al que muy pronto unas palmas colorearán de amarillo.
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