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Asunción y Ángeles y Demonios (IV-V)

Viernes de Dolores

02.04.20 - Escrito por: Antonio Ramón Jiménez Montes / @anrajimo

Llega un nuevo Viernes de Dolores. Un día especial en el recuerdo y la tradición, que va más allá del tiempo y el espacio. Y que este año tiene además la experiencia del confinamiento y la crisis del coronavirus.

Recuerdo cuando niño el ajetreo de estos días en mi casa. Llegaba el último día del septenario a la Soledad y además era el día de mi abuela Dolores. A mi otra abuela, Soledad, no la conocí.

Yo era monaguillo de la Soledad (siempre he pensado y sigo haciéndolo que es un error que debería arreglarse que llamen a este templo "parroquia de los Remedios", en fin) y por tanto había que estar temprano para los jubileos de la mañana. Además la noche anterior era también de mucho trabajo porque generalmente se le ponía a la Virgen de la Soledad el manto de salida para que ya lo tuviera hasta el día de la procesión. Y se "sacaba" todo el ajuar litúrgico de plata y los mejores ornamentos para el día grande de la Soledad.

Los jubileos eran por la mañana y los monaguillos más veteranos nos contaban que hubo años en los que había varias misas por las mañanas. Yo recuerdo la de mi época en que era a las 9. Había que llegar con tiempo para encender las velas, preparar el incienso, organizar los ornamentos para la misa y por supuesto, prepara la ropa de los acólitos. Porque no éramos dos o tres, sino que nos juntábamos más de una docena y según la antigüedad nos poníamos unas ropas u otras. Para la mañana se usaban sotanas negras con roquetes sencillos blancos porque además no íbamos todos. Sin embargo para la tarde, había dos modelos. Los más "novatos" con unas sotanillas de raso azul con esclavinas y conforme se iba alcanzando veteranía ya se usaba la sotana roja y el roquete con encaje, y ¡eso eran palabras mayores!.

En los jubileos - que desaparecieron cuando don José Burgos dejó de ser párroco y consiliario - desde tiempos antiguos, determinadas familias dedicaban sus intenciones y solían celebrarse en memoria de sus difuntos. Mi abuela los tenía y según contaba ya los había tenido también la suya y en mi caso, no sólo tenía que ir por razones familiares sino porque era de los monaguillos "encargados" de los pequeños por la mañana.

Luego - creo que ya teníamos vacaciones de Semana Santa - nos quedábamos a terminar de preparar todo para la tarde en que se celebraba el último día del septenario y era la fiesta grande de la Soledad. Era una celebración en la que no se escatimaba nada. Se colocaban las alfombras "buenas" que se guardaban durante todo el año y solo se ponían para el Viernes de Dolores y luego para el monumento del Jueves Santo. Se daba un repaso a la plata del exquisito ajuar que tiene la Soledad, se reponían flores en los floreros, se limpiaban los incensarios, se preparaban los bancos para el Centro Filarmónico Egabrense que venía cada año a cantar los "dolores" en el ejercicio del septenario con su exposición del Santísimo y las plegarias de la corona dolorosa, para terminar en la misa solemne que solía presidir algún predicador venido para la ocasión y que los coros del Centro se encargaban de acompañar con su arte musical.

Y había que estar atentos porque el tiempo corría en nuestra contra pues también, en San Juan de Dios, la otra madre de los Dolores egabrense, esperaba también para que el coro entonara las coplas que la tradición ha forjado para este viernes, lleno de ajetreos cofrades y de sentimientos cuaresmales, en la víspera de la gran semana que llegaba apenas pasadas veinticuatro horas. Y ya luego recogerlo todo para preparar los oficios, y traer el trono para colocar la Virgen en su peana desde el altar del septenario en un ceremonial no por menos espiritual, también digno de ser recordado.

No se escapa en la memoria alguna anécdota, con su toque de humor que quienes hemos pasado por allí, hemos vivido en primera persona. Mientras se celebraba la misa, los inquietos monaguillos, sobre todo los más pequeños, no dejaban de moverse e incluso alguna que otra risa en medio de la solemne celebración. Allá, desde el oscuro hueco del confesonario, donde estaba don José Burgos hasta la hora de la comunión, una mirada inquisitorial sembraba inquietud. Y alguno de los mayores que hacía de confidente, tendría que llamarles la atención. La celebración era larga y don José, más nervioso que de costumbre, no dejaba de toser hasta que nos dábamos cuenta que algo no iba bien. Y luego en la sacristía se le escapaba algún coscorrón o dejaba de dar la pequeña colación que se esperaba recibir. Cosas de niños y de curas de entonces.

Con el paso de los años cambiaron aquellas sensaciones, pero el Viernes de Dolores ha seguido siendo un día de mucho ajetreo en mi casa. Mi madre tiene ya ese día preparadas las túnicas del Huerto que, colgadas del hueco de la escalera esperan ser vestidas cada Domingo de Ramos y también la del Silencio que lo mismo que hacía mi padre sigue vistiendo mi hijo en la madrugada del Viernes Santo. Preparativos domésticos y también un día de tareas cofrades en la Asunción preparando, ultimando ya, junto a mis hermanos del Huerto los detalles finales para el paso de la Oración en el Huerto.

Este año el septenario llega a su final de otra manera, más sencillo, más sobrio, más solitario. Seguido gracias a las redes sociales compartido con muchos hermanos que, casi en mayor número que otros años, han llenado de "me gusta" los perfiles para testimoniar que, aún desde las casas, la Soledad nos ha esperado y quiere que estemos también en este Viernes de Dolores junto a ella.

Y habrá también un recuerdo a esa otra Dolorosa del San Juan de Dios que esperará celebrar este viernes suyo de Dolores en la distancia de sus cofrades y devotos que, unidos en el confinamiento, experimentarán una sensación nueva y quiera Dios que única.

Y habrá oraciones y plegarias, rezos y jubileos en el recuerdo de los que se nos fueron, incluso alguna canción con las coplas a Ella dedicadas. Y esperanza y peticiones confiados en que todo esto pase pronto. Y aplausos, que también a los ocho sonarán los aplausos como campanadas, mientras comienza el septenario y se harán el eco diario de gratitud y reconocimiento de todos para quienes más están dedicados en estos días de aislamiento o enfermedad.

Este año está el hueco de la escalera vacío porque no habrá procesiones, y no hay días de espera a la hora de la salida del Huerto el Domingo de Ramos. Pero si hay una manera distinta y entrañable para vivir esta otra "cuaresma", la del coronavirus, que estamos pasando en 2020 y de la que tenemos ¡tantas! ganas que por fin acabe.

Y habrá también la vivencia emocionada de los días de la Semana Santa que nos deja sin procesiones y que celebraremos con esperanza. Con la de una Pascua que se avecina más gloriosa si cabe y que será, D.m. el inicio de un tiempo nuevo lleno de anhelos y siempre, siempre, cargado de vida, ilusión y confianza.

Porque también en estos momentos, no menos sentidos y sinceros, se vive la Semana Santa.

enlaces de interés

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