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Carta a Mateo
04.04.20 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Querido Mateo
Estos días eres ajeno a esta situación crítica que vivimos. Jamás pensé que mi primera carta de Semana Santa para ti, tuviera que ser en estos términos que la alejan de la calle que la hace posible en su expresión más popular. Es muy distinta en su contexto a la que le escribí a tu hermana hace unos años, pero es la misma en su fondo.
El año pasado solo fue un ensayo, porque éste iba a ser tu primera vez. Así lo he ido comprobando estos meses cuando de forma natural me ibas pidiendo, a tu pequeña manera, esos vídeos para ver al Señor y la Virgen... Entonces se dibujaba un arco de alegría en tu cara que ya me lo decía todo. Ahora que estamos confinados y vivimos una primavera silenciada, ruego que el año que viene todo pueda ser una primera vez. Quiero que el tiempo, cuando llegue, aparezca con un torbellino de primeras veces. Mientras, en tu mirada de pureza y en tus sonrisas espontáneas, entre travesuras y atropelladas carreras, adivino que los días irán pasando hasta que alcancemos, si Dios quiere, un nuevo año.
Mateo, la Semana Santa es cercanía y se mide, como mucho, en centímetros. Si ahora debemos marcarnos distancias de metros, ten por seguro que volverás a sentir todo a centímetros. Los respiraderos rozándote a dos palmos, la túnica sobre tu piel, la música dentro de tus oídos, el aroma del incienso en tu nariz, tus manos abrigarán una estampa, tu boca una chuche de mañana de Ramos y tus ojos serán el espejo de un Cristo que te mira y una Madre que llora. Todo estará dentro de ti, te lo aseguro.
¿Te cuento? Algún día leerás esto con la suficiente distancia para comprenderlo todo. Entenderás qué son las verdaderas vísperas, las que se revelan con el abismo de la impaciencia. Entenderás qué extraño ritmo se apodera de las calles de tu pueblo, en un pausado pero incesante torrente de ilusión que va impregnando hasta la cal de las paredes. Los olores te serán tan familiares que sabrás que la canela y el limón habrán de fusionarse para procurarnos ese dulce elixir de los días que preceden a y transcurren en la Semana Santa. Todo se irá amasando a su manera. Cabra lo sabe.
En tu Semana Santa muy pronto anidará lo esencial. Esas primeras veces que hoy deseo, seguirán conquistando tus sueños cuando se acerque un nuevo Domingo de Ramos, el día de las primeras veces. La primera vez que una cruz sale, la primera vez que ves un capuchón en la calle, la primera vez que alguien lanza un beso al aire, la primera vez que suena una marcha, la primera vez que Cabra levanta su pasión al cielo, para luego hacerlo treinta veces más.
Como te decía, quiero una lluvia de primeras veces contigo. Y esas primeras veces tendrán a tus dedos como protagonistas. Así todo lo irás señalando, como en ese imaginario Macondo de Gabriel García Márquez, donde las cosas eran tan nuevas que carecían de nombre para identificarlas. Con tus labios y manitas reproducirás el redoble del tambor y la música que inundan las calles como un auténtico gozo de clarinetes y trompetas.
Pasará el tiempo y aprenderás que la Semana Santa es bastante más que la ostentación, que la vanidad y que la superficialidad con que muchos pretenden mancillarla y criticarla sin saber ni un ápice de su verdadera grandeza. Porque la Semana Santa verdaderamente anida en nuestro interior, en ese sitio oculto que guarda el corazón y que se abre porque así lo dicta Cristo sobre su cruz de amor. Entonces brotará todo lo que sientes y querrás detener el reloj cuando te veas en la cola de un palio cuando su silueta se diluye en el horizonte; en los candelabros que anuncian que está el Señor en la calle; en los rompevelos que clavan su rumor sobre las estrellas de la noche; en la túnica almidonada que irás viendo cómo se ciñe en el cuerpo de las personas y en el vuelo que provocan sus múltiples colores.
¿Sabes? En Semana Santa las personas hacen lo que ahora está prohibido: se abrazan, se besan, las sonrisas no se tapan con mascarillas, porque en su popular liturgia existe el encuentro con las presencias, en una alegría de saludos que vienen y van mientras de lejos un paso se marcha con el izquierdo por delante. Las calles se preñan de nuestras carreras, de idas y venidas, al encuentro de una cofradía, para llegar a ese sitio y a esa hora que te sabes de memoria.
Pero nos ha tocado esta Semana Santa donde notaremos la ausencia de nuestros cuerpos en la ciudad que la hace posible. La ausencia estará en nuestros sentidos, pero no en nuestras almas. En espíritu estaremos todos viviendo, día tras día, nuestra particular Semana de Dios, esa que normalmente recorre los veneros más íntimos de nuestros propios rituales y afanes, que nos llevan por distintos caminos y que finalmente desembocan en el mismo sitio viendo a Cristo Resucitado señalando con ese dedo, como el que a ti te sirve de perfecto lenguaje, que ha vencido a la muerte.
Cuando pase un tiempo, leerás esta carta que estoy terminando y asimilarás sorprendido que este año, quién nos lo diría, Dios se quedó en nuestras casas, llenando cada una de ellas desde el sagrario de nuestros templos, porque como nos dijo Jesús, donde se reúnen dos o tres en su nombre allí estará Él. Nos quedamos en casa ... y Él se queda con nosotros.
Pero aguarda, no desesperes, que la ilusión no se acaba. Nos quedamos aquí, junto a tu madre y tu hermana, en estas vísperas que se alargan, que no se han interrumpido ni nada podrá hacerlo. Continúan, porque el año que nos queda será una continua víspera, la más larga que hayamos vivido hasta ahora. ¿Lo ves? En el horizonte ya estoy viendo ese sitio donde Cabra estrena luz.
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