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Una Semana Santa diferente
05.04.20 - Escrito por: AR Jiménez Montes / @anrajimo
Hoy es Domingo de Ramos. Sí, el día en que comienza la Semana Santa. Luce el sol y comienzan unos días que tendrían mucho de calle y de encuentros. Sin embargo todo es diferente.
Y es diferente porque vamos a vivir una Semana Santa desde el interior. No sólo desde el interior de nuestras casas en las que estamos confinados. Sino desde el interior de los sentimientos, de los recuerdos vividos, de las sensaciones de otros años, desde el interior de un tiempo que parece que se ha detenido para que aprendamos a vivirlo de otra manera.
La Semana Santa es la celebración cristiana que conmemora el acontecimiento fundamental de nuestra fe: la Resurrección. Y estos días de confinamiento que estamos viviendo nos han hecho ver la Cuaresma de otra manera y ahora nos van a permitir vivir también la Semana Santa con otros ojos, con otra perspectiva y desde unas sensaciones en las que, hasta ahora, tal vez no nos habríamos detenido.
Fuerza mayor. Esa es la causa. Y ayudar a que la pandemia frene, que no avance, que podamos contribuir a que la controlemos. Fuerza mayor que nos está mostrando una cara diferente de nuestro día a día en el que estábamos instalados casi sin percibir lo cotidiano, lo importante, lo necesario. Fuerza mayor que está siendo una enseñanza personal y colectiva. Fuerza mayor que hará de esa Semana Santa algo muy diferente a lo que, tal vez, teníamos planeado.
Porque son los planes los que cambian cuando pasan cosas imprevistas y nuestra capacidad de afrontarlos es la que nos permitirá crecer y sentirnos más fuertes. Y en eso hemos de afanarnos. Las cofradías, como la sociedad, ha tenido que hacer un reinicio que nos permita afrontar lo que está pasando y, sobre todo, que nos ayude a llevarlo lo mejor posible en el futuro inmediato. Y las redes sociales nos han ayudado y lo harán estos días, a participar en celebraciones a las que, tal vez, otros años no habíamos podido asistir.
Los cristianos veíamos de lejos, aunque teníamos cerca, el modelo de vida de monasterios y casas de vida religiosa, donde la clausura y la vida interior son el día a día de las personas que han optado por él. Y no conocíamos por experiencia personal cómo es vivir de esa manera. Ahora lo estamos comprobando y hemos aprendido, en apenas tres semanas, cuánta riqueza nos puede ofrecer una situación como esta. Porque hemos de mirar siempre lo que nos enseñan situaciones complejas y difíciles, qué hay de positivo en ellas.
No podemos olvidar los problemas de tantas personas que sufren la enfermedad o aquellas otras en que sus condiciones personales les impiden el confinamiento porque ni siquiera tienen un techo donde cobijarse. O que ni pueden comer y pasan hambre y necesidad, pues su día a día es un sin vivir haya o no pandemia. Y tantos profesionales y personas ( de sectores y profesiones de todo tipo ) dedicadas a tareas que han sido siempre imprescindibles pero que ahora estamos reconociendo en su justa medida pues desde sus ámbitos nos están haciendo más llevadero todo esto. Y recordamos y pedimos por las miles de personas que han fallecido a causa del coronavirus mientras somos responsables cumpliendo el confinamiento y las normas que nos dictan.
Hemos llegado a esta Semana Santa diferente en una situación de vulnerabilidad a la que, como sociedad habrá que saber dar respuesta una vez que se superen los peores momentos. Después nada será igual, todo tendrá una perspectiva distinta y nosotros, los cofrades, que somos cristianos, tendremos una experiencia personal que nos permitirá conocer una Pascua en la que, más que nunca, se note que hemos vivido intensamente estos días para dar razón de nuestra esperanza (1Pe 3, 15), y que se manifieste en nuestra manera de actuar.
Decía san Juan de Ávila en una carta que escribió desde la cárcel de Sevilla cuando estuvo preso por la Inquisición entre 1532 y 1533 que, en ese encierro había meditado y mucho sobre la Pasión de Jesús. Y desde allí escribió una carta en la que pedía a los seguidores que tenía en Écija que comprendieran que ese sufrimiento encerraba una gracia de Dios, recordando que la senda de Cristo lleva a la vida y que el cristiano no ha de ir por otro camino. Y como tantos otros maestros que tenemos en la tradición cristiana, nos enseñaba a meditar sobre la Pasión de Cristo y a reconocer al Amado en todas las situaciones desde un episodio así.
«¡Oh hermanos míos muy mucho amados!», decía el Maestro Ávila, y en aquella carta, como en tantas otras, nos dejaba una preciosa reflexión que puede sernos de guía en esta Semana Santa tan distinta, pero en la que como cristianos, viviremos desde el destierro en que estamos inmersos.
«Oh, Jesús Nazareno, que quiere decir florido, y cuán suave es el olor de ti, que despierta en nosotros deseos eternos y nos hace olvidar los trabajos, mirando por quién se padecen y con qué galardón se han de pagar! ¿Y quién es aquel que te ama, y no te ama crucificado? En la cruz me buscaste, me hallaste, me curaste y libraste y me amaste, dando tu vida y sangre por mí en manos de crueles sayones; pues la cruz te quiero buscar y en ella te hallo, y hallándote me curas y me libras de mí, que soy el que contradice a tu amor, en quien está mi salud. Y libre de mi amor, enemigo tuyo, te respondo, aunque no con igualdad, empero con semejanza, al excesivo amor que en la cruz me tuviste, amándote yo y padeciendo por ti, como tú, amándome, moriste de amor de mí».
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