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Corazón de Jesús, corazón de María, dos corazones sincronizados
10.06.18 - Escrito por: Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
El mes de junio está dedicado especialmente al Sagrado Corazón de Jesús, pues dentro del mismo celebramos la fiesta solemne del Corazón de Cristo. Y junto a él siempre está su Madre, María.
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús viene a resumir el motor de toda la redención: Dios no actúa por otro motivo que por amor, porque Dios es amor, porque su salida al mundo creado ha sido por amor, porque al producirse el pecado en la historia, su reacción ha sido la del amor, porque no hay otra revolución posible que la del amor.
A lo largo de la historia han sido varios los intentos de desviar esta intención, buscando otros motivos en el corazón de Dios o en el devenir de la historia. Que Dios actúa con venganza justiciera, con ira implacable vienen a decirnos algunos reformadores protestantes, y de esa ira justiciera Jesucristo sería la víctima expiatoria. Que Dios exige de nosotros una pureza inalcanzable, como enseñaban los jansenistas. Que el progreso de la historia consistiría en la supervaloración de la razón humana, desligada de Dios hasta convertirla en diosa razón, enseñaba la Revolución francesa. Que la subversión del orden constituido a través del odio y la lucha de clases nos llevarían al paraíso terrenal, nos enseñan los marxistas, en un mundo sin Dios. Que el hedonismo, el consumismo, el poder sería la meta de todo corazón humano, nos enseñan las últimas doctrinas nihilistas, tan influyentes en nuestra generación.
Pero no. Es el amor, sólo el amor el que vencerá todas las dificultades, es el amor el único horizonte que hace posible la esperanza en cualquier situación humana. Es lo que viene a recordarnos esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Dios tiene corazón, un corazón sensible a nuestra realidad limitada y pecadora. Dios se siente especialmente atraído por nuestra debilidad, y se ha compadecido de nosotros por su amor inmenso, enviando a su Hijo único para hacerse hermano nuestro. Y este Hijo nos lleva sobre sus hombros a la casa del Padre. La historia de Jesús es una historia de amor en correspondencia a ese amor primero del Padre. Jesús se ha sentido querido inmensamente por su Padre, que le envía el Espíritu Santo (amor divino) y le conduce a la misión redentora.
En el corazón de Cristo no cabe otra cosa que amor. Amor a su Padre Dios y amor a nosotros los hombres. En un exceso de amor se ha entregado hasta el extremo, mostrando que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los hermanos. El Corazón de Cristo es un corazón sensible a nuestra correspondencia de amor, es un corazón que sufre cuando le damos la espalda y que goza cuando correspondemos a su amor. Es un corazón siempre dispuesto al perdón, es amigo que nunca falla. Celebrar la fiesta del Corazón de Cristo es celebrar todo esto, para sentirnos amados, profundamente amados, tiernamente amados hasta el extremo. Y de esa manera, "amor saca amor", como nos recuerda la santa abulense. Es decir, celebramos el amor del Corazón de Cristo para que de nosotros brote amor de correspondencia, amor de reparación por tantas ofensas que este Corazón recibe de los humanos de nuestro tiempo, amor que estimula a la construcción de una nueva civilización del amor.
Y junto a este Corazón, está el de su Madre María. Junto a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, celebramos la memoria del Inmaculado Corazón de María. Este viernes y sábado vienen a recordarnos una vez más que tales corazones viven y laten sincronizados. En el Corazón de Cristo no hay más que amor, que se traduce en obediencia al Padre y en servicio a los hombres: "Aquí estoy para hacer tu voluntad". Y en el Inmaculado Corazón de María no hay otra cosa que un eco de ese mismo amor, traducido en docilidad al Padre y en servicio maternal a todos los hombres: "He aquí la esclava del Señor". Dos corazones sincronizados en el mismo amor, para que nosotros aprendamos a vivir en esa sintonía.
"Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará", dijo María a los pastorcitos de Fátima. La certeza de esta victoria es un profundo acicate y estímulo para nuestro mundo, que parece ir a la deriva. Entremos en el Corazón de Cristo, desde el corazón de su Madre y nuestra madre, María. Ella nos enseñará a vivir sincronizados con los sentimientos del Corazón de Jesús, su Hijo y nuestro hermano.
Recibid mi afecto y mi bendición:
Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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