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Ella permaneció virgen, incluso siendo madre
22.12.17 - Escrito por: Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Estamos a las puertas de la Navidad, y la Navidad es Jesús que nace de María virgen. No se trata de un mito ni de un cuento de niños, que queda bonito, pero que de mayor se abandona. Se trata de un hecho histórico, que fundamenta la fe de los cristianos.
Está datado en la historia, cuando el emperador Augusto mandó hacer un censo de todo el imperio, y María acudió acompañada de su esposo José a la ciudad de David, a Belén, para inscribirse. Allí le llegaron los días del parto y dio a luz a su hijo Jesús, al que reclinó en un pesebre y lo rodeó con todo su amor de madre.
Los ángeles hicieron fiesta en el cielo: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". Y se lo comunicaron a unos pobres pastores, que se encontraban cuidando sus rebaños: "Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor". Estos acudieron a ver al Niño con su madre, recostado en un pesebre. Aquella Navidad histórica se actualiza año tras año en la celebración litúrgica, y nos envuelve a todos en la luz y en la alegría del nacimiento de Jesús.
Pero este niño, ¿de dónde viene? Entre la gente lo tenían por el hijo del carpintero, pero bien sabían María y José cómo habían sido las cosas. Nos lo relata el Evangelio mismo. María y José estaban prometidos como esposos, pero no habían comenzado a vivir juntos como marido y mujer cuando resultó que María esperaba un hijo. María fue la primera sorprendida, cuando el ángel vino de parte de Dios para anunciarle que iba a ser la madre de Dios y pedirle su consentimiento. Ella tenía propósito de vivir consagrada en la virginidad, al tiempo que desposada con José, con el que todavía no había ido a convivir. El ángel le explicó con toda delicadeza de qué se trataba, y María se puso a disposición de los planes de Dios: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra".
E igualmente la sorpresa vino para José, cuando atisbó los síntomas de que María esperaba un hijo. Lo primero que se le ocurrió fue retirarse de la escena, no por sospecha hacia María de cuya honradez tenía plena constancia. Ni tampoco por cobardía personal ante lo que pudiera venir. José decide retirarse porque percibe que Dios ha actuado de manera sorprendente y no se considera digno de entrar en ese misterio. Ante el misterio de Dios, María y José reaccionan con gran humildad. "No somos dignos", pensaron el uno y el otro. Cuando Dios entra en nuestra vida, -unas veces de manera sencilla y cotidiana, otras veces irrumpiendo grandiosamente- provoca en nosotros esta actitud de profunda humildad: no somos dignos, no somos capaces, no nos merecemos esta gracia tan grande. Nos esconderíamos detrás de la puerta, dejándole pasar. Nos iríamos al otro extremo de la tierra para poder escapar de su mirada.
Pero no es así, no fue así. A poco que uno descubre la grandeza de Dios y su propia indignidad, ya está dejando a Dios actuar. Y cuando Dios actúa, el fruto es suyo, es desproporcionado a nuestras capacidades. Es un fruto divino que ha brotado en nuestra carne, como le sucedió a María. Es una fecundidad sobrenatural que durará para siempre.
La virginidad de María es una luz potente para todo cristiano. No se trata de un dato accidental, sino de algo central en el misterio de la fe en Jesucristo. Si María no fuera virgen, Jesús no sería Dios. Son las dos caras de la misma moneda, y de hecho a lo largo de la historia el oscurecimiento de la virginidad de María conduce a la negación de que Jesús sea Dios, y viceversa, la negación de la virginidad de María conduce a la negación de que Jesús es Dios. Qué importante que nos detengamos en esta cualidad de María: es virgen incluso siendo madre. No está hoy de moda la virginidad, no lo estuvo nunca. Y menos esta virginidad que aporta una gran novedad a la dignidad de la persona humana, a la dignidad de la mujer. Pero en el seguimiento de Cristo no han faltado nunca mujeres y varones que han vivido como María, en una virginidad llena de frutos y pletórica de vida para la sociedad y para la Iglesia. Así vivió Jesús, así vivió María, así vivió José. La navidad es fiesta de gozo y de salvación, por el camino de la virginidad. Feliz y santa Navidad para todos.
Con mi afecto y mi bendición:
Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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