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El Jueves Lardero
09.02.18 - Escrito por: José Manuel Jiménez Migueles
Hoy ha salido el sol. Tras varios días de frío y lluvia parece que el agua da un respiro, dejando que el relente de la mañana sea quien nos siga recordando que al rigor del invierno no lo vence la ilusión por la primavera.
Pero resulta que la necesidad de calentar del primero y el capricho de enfriar del segundo nos ha regalado una atmósfera que ya hubiera querido más de un renacentista italiano como telón de sus representaciones. Así, desde la ventana que da la luz a la cocina en la que desayuno se aprecia un paisaje de casas antiguas, calles adoquinadas y tejados tradicionales, se bosquejan olivares y espadañas y se huele la humedad del agua que irá a morir al mar, Guadalquivir mediante. Es bonito reparar en todo ello mientras te despiertas con los primeros sorbos del café.
Pero, será capricho de la providencia que, el poco viento con el que se desperezaba la mañana, era suficiente para hacer que la veleta vecina apuntara hacia esa ventana que me abre los días de cada semana, advirtiendo que el Jueves Lardero acababa de despertar y que los vecinos de Puente Genil comenzaban en pocos días a quitarle tantas patas a la Vieja Cuaresmera como fases se le irán cayendo a la luna, desde su cuarto menguante de ayer, hasta la plenitud lumínica de las noches de Nissán y Resurrección.
El Jueves Lardero empieza la Cuaresma. Y la ciudad se acoge a rituales seculares para mirarse al espejo y comprenderse. Para entender que la tradición, la hospitalidad, la sociabilidad y la espiritualidad son las patas de una silla en la que se asientan el arte y la fe de una fiesta, la Cuaresma y la Semana Santa pontana, que ha llegado casi sin que nos hayamos dado cuenta, de la misma manera en la que se marchará cuando muera el mes de marzo.
Por eso, porque es fiel a sí misma, anoche, una procesión popular encabezada por el sonido de la campanita y la luz de la bengala ha asistido al pregón del Jueves Lardero para después, entre la sonoridad de sus pasodobles y la suavidad de sus vinos, perderse en la oscuridad de las últimas horas del día por un barrio bajo que abre de par en par las puertas de sus cuarteles celebrando que, un año más, "entre quinarios, sermones y letanías, pasaremos en la gloria cuarenta días"
Llegará el primer "Sábado de Romanos", Sábado de Carnaval, y será entonces cuando el paisaje de la ciudad se transforme definitivamente. Y será entonces cuando aquella definición con la que el gran periodista Chaves Nogales precisó a la Semana Santa de Sevilla, "la liturgia de los apetitos populares", tenga un sentido pleno para quien gusta disfrutar de la buena mesa con la que se calma el hambre y la sed manantera. Será entonces el momento de comprobar que las raíces que cada año se siembran en mayo llegan bien crecidas en alma, cuerpo y voz. Será el momento, entonces, de disfrutar de una de las manifestaciones religiosas, artísticas y antropológicas más especiales de toda Andalucía.
Y aquí seguiremos, intentado describir la forma de ser, y la manera de estar, que tienen la gente de aquí en sus días más sagrados.
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