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Asunción y Ángeles y Demonios (IV-V)

Aquella Virgen del cuarto de mi abuela

10.08.21 - Escrito por: Eduardo Luna Arroyo

Eran tiempos en los que costaba despertarse y levantarse de la cama en verano o en cualquier época del año, pero especialmente en verano, cuando en las casas blancas de la Barriada de la Virgen de la Sierra, comenzaban todas las mañanas con la alegría y el amor a pecho descubierto de mis abuelos.

Yo era un niño muy feliz entre arrumacos de cariño y el amor de mi familia, pero en especial, en aquel cuarto pequeño que su ventana daba a un vergel de sencillez, humildad y silencio. En aquel cuarto y frente a mí, un cuadro, una mirada única, una expresión inigualable, un retumbe de ecos que yo no lograba entender.

¿Qué hacía allí ese cuadro con esa Virgen que focalizaba mi atención día a día, hora a hora?

Allí no había pandemias, ni tecnología hipnotizadora, no había agendas, ni relojes, ni teléfonos, ni horas, sólo había sosiego, paz y amabilidad por la vida. Allí estaba el cuadro con la Virgen y una leyenda debajo de aquella foto maravillosa en blanco y negro que nunca quise leer para no romper el encanto de todo lo que decía con su mirada y sus lágrimas inacabables, el rostro imperecedero y único de aquella Virgen de Cabra, de la Cabra más tradicional, costumbrista y devota. El luto permanente de mi bisabuela Carmen, se mezclaba con las lágrimas y sus reflejos eternos, en tardes eternas de agostos insufribles, que eran mitigados con un abanico y la puerta entreabierta, por si entraba la brisa de las calles encaladas de la barriada.

El cuadro siempre estaba allí y justo al lado, el retrato hiératico de mi bisabuelo Vicente que falleció sin poder conocer a su hija y que aquella composición de cuadros me evocaba la soledad de una viuda con su hija en brazos y sin el calor de su verdadero amor. Mi bisabuela Carmen «servía» en la casa de la familia Muriel y cuando llegaba el Sábado Santo no había manjar que faltara en aquella casa de la calle Álamos y otra vez, sin pensarlo, la Soledad, si, la Soledad, se hacía presente en la vida de mi familia y sin ellos saberlo, la llevaban dentro de si, aunque no lo manifestaran, aunque no me lo dijeran nunca.

Pero ¿cuál era aquella Virgen del cuarto de mi abuela? Aquella que yo ensimismado miraba día tras día, noche tras noche antes de dormir y mañana tras mañana cuando abría los ojos y mi primera imagen era tu cara nacarada, tu expresión sublime, tu río de lágrimas que ensalzaban aún más tu inconfundible belleza. Tú estabas allí, en aquella pared en la que llevabas años, viendo pasar la vida de una familia humilde de Cabra, pero rica, inmensamente rica en amor hacia los suyos. Todos los días de mi vida me acuerdo de aquel cuarto, de la sobriedad de la moldura que rodeaba tu cara, de la fina cuerda que servía para que el cuadro quedara asido a la pared.

Un día descubrí cual era aquella Virgen del cuarto de mi abuela, lo descubrí, sin darme cuenta, cuando te fui descubriendo poco a poco, cuando vi que en Ti, estaba depositada la tradición y el costumbrismo de una Semana Santa que llevas en el hueco que deja el entrelazado de tus prodigiosas manos. Te descubrí fuera de ese sueño de hojarascas de Pedrajas que es tu camarín y ahí, vi los ojos azules de mi bisabuela Carmen que dormía bajo tu mirada, la de aquel cuadro tosco y antiguo, en el que aparecía tu cara rodeada de blondas celestiales que acariciaban el dolor de tus lágrimas de luz y color del Sábado Santo.
Aquella Virgen del cuarto de mi abuela, eras Tú, Soledad de Cabra, la que durante tantos años vio pasar la historia de una familia que era la mía a la que quería y quiero con todo mi corazón, puede ser, ¿por qué no?, gracias a tu intercesión maternal.

En tus ojos Soledad, yo veía los ojos de mi bisabuela Carmen mientras me preguntaba, ¿cuál será la Virgen, la sublime belleza de una Virgen, que yo no lo sé y nadie me lo dijo nunca con palabras?.

Y eras Tú, Soledad de Mena, de Agustinas, de Cabra, de mi infancia, de mi recuerdo, de mi amada familia, del alma de la antigua Egabro.

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