|
Cruz de Ceniza
10.02.16 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Calló el pasodoble y ya se intuye la saeta. Silenció la púa y la guitarra, y ya se adivina en lontananza una dulce letanía de clarinetes y trompetas. Se fueron las carnestolendas y abre sus puertas la Cuaresma. Hoy, la ceniza en la frente. Y mañana, en la frente, un nuevo cielo en una mañana de palmas.
Los templos se abren para que a ellos entremos buscando a quien vive en el sagrario. En su silencioso refugio tendremos todo el tiempo del mundo para buscar al Dios que es luz del mundo. Mientras, en la lenta caída de las tardes la ciudad dibujará, con sus sutiles formas, el soñado universo por donde se perfilarán un Hombre que camina y una Madre que le llora.
Es el momento de salir a su encuentro. De esperar en una esquina a que una cara vencida por el dolor nos asombre y nos cuartee el alma, nos rompa por dentro y nos haga sentir ese escalofrío que sólo produce una espalda encorvada y unas manos ennegrecidas por los besos de los siglos.
Es el momento de acudir al encuentro de su presencia. De derribar los muros de la indiferencia, de esas lindes que nos ponemos nosotros mismos para mirar a otro lado y no cruzarnos con esa mirada que siempre, siempre, nos está esperando. Es el momento, como cada año, de los nuevos propósitos ante un tiempo nuevo.
La cruz de la ceniza será el anuncio de lo que habrá de ocurrir. Será la cruz a la que se abrazará el Señor de las Necesidades para dar sus tres gracias, la que encallará el hombro de Jesús Nazareno con el sonido del añafil, la que llevará el Cristo del Perdón en ese suspiro blanqueado de la madrugada, la que agarrará el Señor de la Salud con fuerza y vigor. Será la cruz sobre la que está clavado el Cristo del Calvario cuando se recoge por la calle que lleva la cruz como nombre; la que sostiene la manierista figura del Cristo del Socorro; la que levanta ese último aliento del Cristo de la Expiración, la que quebrará la cal del Cerro con el latir enlutado del tambor y un Cristo de la Sangre que sangre lleva en su costado.
O las cruces sobre las que penderán esos sudarios donde comprendemos el vacío de la ausencia. La cruz donde la Virgen de la Piedad llora donde ya hay amor, la cruz sobre la que la Virgen de los Remedios cierra la noche del Jueves Santo, la cruz donde desciende el Cristo de las Almas, la que abriga el irrefrenable llanto de las Angustias o la que enmarca la inmutable estampa de la Soledad, cuando la ciudad se siente perdida y Ella lo llena todo con su presencia.
Es la cruz, la ceniza en cruz, que Cristo Resucitado elevará al altar del cielo, venciendo a la muerte en un radiante Domingo de Resurrección.
|
|
|
|
|
|