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40 días y 40 noches
03.03.14 - Escrito por: Antonio Fernández
Con el inicio de la Cuaresma, se abría una nueva página ante su vida. Acudía presto y nervioso a la Misa de la Imposición de Ceniza a la que no había faltado desde que su abuela, le cogía de la mano y le llevaba, aún sin entender a dónde iba, a "que le pusieran la ceniza". Empezaba asi a escribir una tradición cofrade en su vida.
Se abría así el ir y venir a cultos, besamanos, besapiés, quinarios, traslados, víacrucis y un largo etcétera de actos que las Cofradías programan en Cuaresma y ante él, un plazo, una fecha, un período: 40 días y 40 noches para disfrutar y sentir al máximo.
Sin solución de continuidad, los días pasaban y se acercaba el momento tan esperado durante todo el año, pero para ello, antes había que cumplir con otro muchos rituales. Trámites que iban sellando el pasaporte cofrade por excelencia y que hacían que la ansiada espera recobrara así su mejor adjetivo calificativo.
Llegaba la comunicación de su Hermandad, el plazo para la recogida de túnicas estaba abierto y el primer día, allí estaba él, ansioso por abonar su cuota de hermano y por supuesto, su papeleta de sitio, nadie se le adelantó y fue el primero en recoger su hábito nazareno para colgarlo en ese lugar privilegiado de su armario, compartiendo una buena parte de recuerdos y sueños de cuaresma y previas.
Todo estaba listo, la túnica, capa y verdugo planchados a la perfección, zapatillas de esparto y guantes a estrenar y su cirio, en un lugar a buen recaudo. A falta de 24 horas, las mariposas "cofrades" no cesaban en su intento de incrementar el ansia por que se abrieran las puertas de la Casa de Hermandad e ir en busca de los Titulares para realizar la Estación de Penitencia. Después, todo sueño. Letargos cofrades embriagados por aromas de incienso y azahar que sólo durante 6 horas de Estación de Penitencia y con la complicidad del verdugo y su particular rezo del VíaCrucis llegan a dar sentido a la vida de cualquier cofrade y que no cesan en su empeño de alejarse de la memoria.
Pasaron, efímeros, los éxtasis semanasanteros, quedaron, eternos, los sonidos latentes del rachear de los costaleros y los sones de aquélla Banda que no dejará nunca de sonar en la mente de aquél joven que espera ya, de nuevo, un renovado Miércoles de Ceniza para empezar, de repente, un nuevo sueño cofrade de 40 días y 40 noches.
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