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Visitando al Sagrario
12.03.14 - Escrito por: Ismael Ruiz Pérez
Que no me lo repitas, ya no sé como explicártelo. Apoyarme en esta fría reja siempre me confunde y me trasporta a otra y larga espera. Si no te busco, me encuentras. Si no vengo, en mi mente estás. Me preguntas y no sé cómo responderte. Inquieres en mis labios una réplica y soy yo el que en tu mirada no cesa de encontrar la propia. Me miras, pero no soy capaz de aguantarte la mirada, y es que mi Dios, ¿qué esperas si cortas y pausas los segundos? Si las horas a tu vera se convierten en minutos, los mismos que un reloj roba al tiempo que languidece en los días cuando hace que una nueva larga espera de solamente cuarenta, marquen las eternamente siete y cuarto de otro domingo de luna nueva
Dime, mi Dios: ¿Qué te respondo? Dime, mi Dios: ¿Qué más quieres que de ti diga, haga o sepa? Sabes que nada que esté en mis manos por ti se quede en una posibilidad y siempre sea un hecho. Pero sigo sin saber qué me pides, qué buscas, y menos aun, por qué siempre lo encuentras. Vuelvo a encontrarme apoyado en tu fría y negra reja, esperando saber el por qué, un cómo, un cuando y un donde será la ocasión nuevamente más que perfecta donde encuentre la paz, mi paz, la tuya, entre los destellos de tu orante silueta. Dime, mi Dios, ¿acaso hay vista más bella?. Tu sangre, mi sudor, el mármol, tu madre que también es mía, y el sueño eterno de tu Iglesia. Explícame, mi Dios, sigo buscando una respuesta. Mis labios ya no saben cómo pronunciarte, como hacer con ellos siquiera una mueca para saberme poseedor de la verdad de tu vida y el camino que me enseñas.
Pero sigo sin saber qué busco, ni la respuesta a la pregunta que me inquieta, solo sé que aquí es el lugar donde las golondrinas a la alta torre besan y rodean, donde poder sentirme en paz, aun cuando quedan meses para una nueva y cuarenta veces dilatada espera, cuando las andas de plata a todos de gracia nos derraman desde las sierras.
Dime mi Dios, ¿acaso hay más paz en la tierra, que sentir tu mirada en mis pupilas y poder estar dentro de tus abrazos, mi Señor, el de las manos siempre abiertas?. Mi Señor tiene un abrazo para Cabra toda entera, mi Señor abraza a sus hijos para que nunca se vayan de su vera. Y te susurra en el oído, aunque tú nunca te des cuenta, aunque pases aprisa y le digas: "hoy no tengo tiempo, mañana si eso me llamas Jesús, y me lo cuentas". A mi Señor eso no le importa, el se sienta y te espera. Sabe que llegará el día en el que, al igual que yo, termines apoyado en su fría y negra reja. Negra, no por el color, negra por mis vergüenzas. Por las mías y por las tuyas, y por las que a todos nos rodean. Por las prisas y las cosas injustas, por no tener nunca un momento y un poco de paciencia.
Sigo sin saber qué decirte, mi Dios, estando de ti aún más cerca, siendo mis manos las tuyas, siendo guiadas por tu experiencia. No sé aún cuanto decirte, mostrarte y agradecerte de qué manera. Solo se, mi Dios, que como una buena amiga desde el atril dijera, es contigo con quien lloro, con quien río y le cuento lo que me inquieta. Porque si contigo me ven llorando, ya saben que cualquiera puede ser un pañuelo con el que tus mares me beba. Y si ante ti me ven feliz, será porque has hecho posible que una nueva flor nazca y crezca en mi vida que no es más que una eterna primavera. Sabedor de todo ello, mi Dios, confío en que puedo poner feliz y alegre un final a esta espera. Una vez más salgo contento, de este rato que he estado ante tu negra y fría reja. Y es que estando tan lejos de ti, cualquier día el Sagrario hasta la Asunción me lleva, desde Amparo de Sevilla hasta Cabra, la ciudad donde mis sueños de dulzura se envenenan, sintiendo como se clavan en mi, esos ojos que no son de madera. Esos ojos que solamente saben darme amor y paciencia, los ojos que son mi vida y que son mi locura y mi sentencia. Sigue guiando, mi Dios, al pueblo que te venera. Quererte ya lo hace, necesidad y expiración de los que hambrientos se quejan, de los que sin nada para llevarse a la boca por su falta de espíritu y de conciencia, te miran y contigo se alimentan. Qué grande eres, mi Señor, pastor de tantas ovejas, que aunque de ti poco nos acordemos, a todos nos contentas, dando tanto a cada uno y recibiendo de nosotros solo súplicas y problemas. No pases de largo nunca mi Dios, que Cabra entera te alienta, como bálsamo para las heridas, de un pueblo con sus penas sedientas.
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